Pequeña colección de textos de autores de literatura en general (no técnica) sobre incendios forestales

El texto que a continuación podrán leer no es una recomendación de libros científicos o técnicos sobre incendios forestales, es más bien una recopilación de textos en los que el fuego o los incendios forestales aparecen reflejados, aunque sean libros que no traten de estas cuestiones. Es un recorrido lleno de curiosidad, fruto de años de lectura, que ha hecho descubrir detalles que hacen reflexionar al autor de esta recopilación, Ricardo Vélez, sobre la presencia del fuego y de los incendios a lo largo de la historia de la Humanidad y de distintas culturas por todo el mundo.
No solo de literatura científica vive el profesional de los incendios.
Dada su extensión, publicaremos el texto en tres capítulos.

Nota: En la revista Montes nº 114 se publicó la primera versión de este artículo. Ahora he añadido nuevos textos de escritores, pasando de siete a veintidós autores, que se refieren, como los anteriores, a los incendios citados en libros cuyo objeto no es forestal, pero que añaden un punto de vista interesante para comprender mejor el fenómeno del fuego forestal, extendido en el tiempo y en el espacio. Los nombres de los autores de los textos añadidos están en verde. (Se agradecen contribuciones para seguir ampliando la colección)

Por Ricardo Vélez Muñoz, Dr. Ingeniero de Montes

Iª Parte
El fuego

fuego-zarza-moisésEl fuego no es personaje muy frecuente en la literatura. Menos todavía lo es el incendio forestal, protagonista en la literatura técnica, pero no en la “Literatura” con mayúscula. Sin embargo, aparece en un texto tan antiguo como del siglo I de nuestra era. Se trata del Nuevo Testamento, en la Carta de Santiago, capítulo 3, donde se puede leer refiriéndose a los pecados de la lengua:

…Ved que un poco de fuego basta para quemar todo un gran bosque.

Aún más antigua es la referencia al fuego de pastores en el Antiguo Testamento, Éxodo, capítulo 3, con la historia de Moisés (siglo XV a. C.):

Apacentaba Moisés el ganado de Jetró, su suegro, sacerdote de Madián. Llevóle un día más allá del desierto; y llegado al monte de Dios, Horeb, se le apareció el ángel de Yavé en llama de fuego de en medio de una zarza. Veía Moisés que la zarza ardía y no se consumía, y se dijo: Voy a ver qué gran visión es esta y por qué no se consume la zarza…

Se puede deducir que Moisés estaba familiarizado con las quemas de pastos y matorral como técnica pastoril para regeneración de la vegetación, alimento de su ganado.

Una referencia mínima aparece en Ray Bradbury (1920-2012), como un simple verso al final de su relato Las doradas manzanas del sol:

…A veces el sol es un árbol en llamas

Escritores incendiarios y otras causas

Parece que pocos escritores han tenido la experiencia del fuego en el monte. Sin embargo, algunos lo han vivido de cerca e incluso lo han provocado. Es interesante analizar cómo transmiten su visión del incendio forestal, que claramente no difiere de la forma en que lo ven los que se dedican a prevenirlos y controlarlos.

Para mí fue una sorpresa encontrar al incendiario en un texto de Charles Baudelaire (1821-1867), prototipo de poeta maldito francés. En su libro Pequeños poemas en prosa (1862) dice con toda claridad:

…Un amigo mío…incendió una vez un bosque para ver…si el fuego se extendía tan fácilmente como suele afirmarse. Diez veces consecutivas fracasó el experimento, pero a la undécima logró un éxito demasiado grande…

Se podría decir que ese “amigo” tenía mentalidad de investigador del comportamiento del fuego, aunque fuera en este caso un simple incendiario.

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Ganado y bosque son compatibles y complementarios. Foto Ismael Muñoz

Es curioso que haya otra referencia al incendiario también en otro poeta, nuestro gran Antonio Machado (1875-1939). En su libro Campos de Castilla (1912) aparece su famoso verso

…El hombre de estos campos que incendia los pinares…

Se está refiriendo a los pinares del Sistema Ibérico, que en los primeros años del siglo XX sufrieron frecuentes fuegos originados deliberadamente para producir pastos, como consecuencia del incremento de la cabaña ganadera en esa región. Esta causa, que sigue siendo frecuente en otras zonas, desapareció prácticamente de allí, cuando se comprobó que monte y ganado pueden ser simbióticos, dentro de planes racionales de aprovechamiento. Estamos viendo ahora que la desaparición del ganado de los montes por determinadas políticas económicas conduce a mayores acumulaciones de combustibles ligeros y, por tanto, a mayor riesgo de incendio.

La negligencia, el simple descuido al desatender una hoguera encendida para calentar comida, es otra causa típica que describe Mark Twain (1835-1910) en Los inocentes en el país del oro, uno de los volúmenes que componen Roughing it (Pasando fatigas, 1872), el relato de todas sus aventuras cruzando Estados Unidos hacia el Lejano Oeste en 1861. En ese azaroso viaje llega con un compañero al Lago Tahoe, situado entre Nevada y California, actualmente un lugar turístico de primer orden, pero desierto totalmente entonces. Allí marcan una parcela y construyen una choza. Y relata:

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Lago Tahoe en la actualidad

…yo me quedé a la orilla para preparar la cena, compuesta de pan, excelente jamón y café; puse todo esto sobre un tronco de árbol, encendí fuego y volví al bote para recoger la sartén. Mientras me dirigía allí, sonó un grito de Johnny y, al mirar atrás, vi que mi fuego se había corrido y galopaba por todo el espacio circundante, extendiéndose velozmente…

Esta escena recuerda inmediatamente tantas barbacoas, paellas y otras modalidades de hogueras escapadas, a veces con resultados trágicos, como la de Riba de Saelices, Guadalajara, en 2005.

Volviendo al incendiario, el que provoca un incendio deliberadamente, la literatura en inglés nos ofrece otro ejemplo clamoroso. Robert Louis Stevenson (1850-1894), el famoso autor de “La isla del tesoro”, viajó en 1879 desde Inglaterra a Estados Unidos, que cruzó hasta California, recogiendo sus impresiones en el libro El emigrante aficionado, publicado en 1895, después de su muerte. En él describe como inició un incendio en Monterrey:

…Tengo especial interés en esos incendios que ocurren en los bosques, pues estuve a punto de ser linchado a causa de uno de ellos… Supongo que debo haber estado bajo la influencia de Satanás, pues en lugar de arrancar un poco de musgo para llevar a cabo mi experimento, no hice nada menos que acercarme a un enorme pino,…encender un fósforo y aplicar la llama a una ramilla…..El árbol estalló como si hubiera sido un cohete. Al cabo de tres segundos se había convertido en una columna de rugientes llamas.

La negligencia a veces encubre un impulso incendiario, en este caso de un escritor español, Gabriel Miró (1879-1930). En su libro Años y leguas (1928) cuenta un paseo de Sigüenza, su personaje autobiográfico, por la Sierra de Mariola:

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Sierra de Mariola

…Aliagas convulsas, de un amarillo que da luminosidad. Enciende un cigarro, y el erizo gigante de una mata abre su hermosa garganta reseca queriendo el fuego como un frutal pide el agua… y Sigüenza le suelta la cerilla encendida. Estalla una crispadura recóndita y el corazón de la fogada se trenza y se distiende…”. Más adelante, cuando huye del fuego que ha provocado y encuentra al guarda rural, se acusa de haberlo prendido y pide ayuda. Y el guarda le dice: “…Se sabe su camino por los cigarros que fuma, que no son de aquí. El humo de antes sería de su foguera, pero ese gordo de ahora es de las hornadas de los carboneros, que hacen las cremás de septiembre.

Aquí aparece otra causa, pero también negligencia, que es ya historia porque los carboneros han desaparecido.

Las quemas de pastos como causa de incendios aparecen en el lugar más inesperado.
Thor Heyerdahl (1914-2002) realizó en 1947 la expedición de la Kon-Tiki, cruzando el Océano Pacífico desde Perú hasta Tahití en una balsa construida según los modelos de los incas. Después en 1955 programó un estudio en la Isla de Pascua para tratar de averiguar el origen de los moais y su relación con otras culturas de la Polinesia. En su libro AKU-AKU (1958) cuenta que la isla estaba completamente desprovista de arbolado y de cualquier vegetación leñosa. Un día de su estancia subió hasta la cantera en la que hay todavía moais en fase de talla y desde allí vio lo siguiente:

isla-pascua-incendios-rapa-nui-…Cuando el sol empezó a tirar de las tinieblas para cubrir con ellas las alturas como con un telón negro… vi a un pastor que descendía hacia su refugio. Yo le veía detenerse a cada momento para prender fuego a la hierba mientras avanzaba a través del llano. La estación seca había comenzado hacía tiempo; las lluvias eran extremadamente raras y la hierba estaba amarilla y reseca; por tanto, había que quemarla para que volviera a brotar fresca y lozana y sirviera de pasto a las ovejas. Mientras hubo luz vi tan solo el humo que se desprendía de la hierba quemada y quedaba suspendido sobre el llano como una niebla gris, Luego llegó la noche y el humo desapareció como tragado por las tinieblas, pero no así el fuego. Cuanto más oscurecía, más intenso era el brillo de las llamas y aquel inofensivo incendio de hierba que se extendía en todas direcciones semejaba un millar de rojas piras en la noche negra como boca de lobo.

El fuego de pastos probablemente apareció en la Isla durante el siglo XIX, acompañando a la introducción de las ovejas, como técnica necesaria para procurar alimento al ganado. Y los introductores llegarían desde el Continente sudamericano.

El uso del fuego para roturar zonas forestales y prepararlas para la introducción de cultivos es tan antiguo como la agricultura. Un testimonio sumamente interesante lo debemos a Vicente Pérez Rosales (1807-1886), uno de los próceres de los primeros tiempos del Chile independiente. En 1850 el Gobierno le comisionó para que buscara en Alemania inmigrantes que poblaran las tierras del Sur del país y las hicieran productivas. Para ello hizo los correspondientes viajes a Europa y se ocupó de la preparación del terreno para el inicio de los cultivos. Y lo cuenta así:

…Al venir el día supimos por un indio que nos buscaba que no distábamos mucho de nuestro primer alojamiento y, curados del prurito de los descubrimientos, pero llenas las cabezas de proyectos, tornamos a movernos hasta llegar al Burro y de allí a Osorno.
En mi tránsito ofrecí al indio Pichi-Juan treinta pagas, que eran entonces treinta pesos fuertes, porque incendiase los bosques que mediaban entre Chanchán y la cordillera, y me volví a Valdivia a calmar el descontento que ya comenzaba a apoderarse de los inmigrados, los cuales no sabían qué hacer de sus personas en el provisorio alojamiento donde, por falta de terrenos, les había yo dejado.

…Valdivia es una de las regiones de Chile donde con más frecuencia llueve, sin que por eso caiga allí más agua que la que cae en Colchagua; por esta razón se nota en aquella provincia el singular fenómeno de verse siempre el sol, aunque por pocos instantes, en todos los días del año, aunque fuere en pleno invierno…

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La ciudad de barro de Chanchan. Foto Marca Perú

 

Hacía ya tres meses que el disco de este astro, siempre puro allí cuando se deja ver, aparecía empañado. Pichi-Juan había dado, desde entonces, principio a la tarea de incendiar las selvas que ocupaban gran parte del valle central al SE del Osorno. El fuego, que prendió en varios puntos del bosque al mismo tiempo el incansable Pichi-Juan, tomó cuerpo con tan inesperada rapidez, que el pobre indio, sitiado por las llamas, solo debió su salvación al asilo que encontró en un carcomido coigüe, en cuyas raíces húmedas y deshechas pudo cavar una peligrosa fosa. Esa espantable hoguera, cuyos fuegos no pudieron contener ni la verdura de los árboles, ni sus siempre sombrías y empapadas bases, ni las lluvias torrentosas y casi diarias que caían sobre ella, había prolongado durante tres meses su devastadora tarea, y el humo que despedía, empujado por los vientos del sur, era la causa del sol empañado, al cual, durante la mayor parte de ese tiempo, se pudo mirar en Valdivia con la vista desnuda.

Tan pronto como cesó de arder aquella hoguera, fue preciso emprender otra y más detenida exploración por los lugares que había franqueado el fuego en el departamento de Osorno. Recorrí, pues, en ellos con encanto todos los terrenos que yacen al norte de la laguna de Llanquihue. La anchura media de los campos incendiados podíase calcular en cinco leguas y su fondo en quince. Todo el territorio incendiado era plano y de la mejor calidad. El fuego, que continuó por largo tiempo la devastación de aquellas impenetrables espesuras, había respetado caprichosamente algunos lugares del bosque, que parecía que la mano divina hubiese intencionalmente reservado para que el colono tuviese, a más del suelo limpio y despejado, la madera necesaria para los trabajos y para las necesidades de la vida…

El fuego, como herramienta para roturar, es típico de la llamada “agricultura migratoria”, técnica antiquísima, practicada todavía en los tiempos actuales en regiones del trópico. Una referencia a estas quemas en Centroamérica en los años 1927-29 la da J. E. S. Thompson (1898-1975), que en ese tiempo recorrió las selvas del Yucatán, entre México, Guatemala y Belice, investigando y excavando las ruinas mayas. Habitualmente se desplazaba andando o en mula, con su equipo de indios mayas que iban abriendo trochas con machete y aprovechando las sendas que abrían los madereros que buscaban caobas, todavía frecuentes entonces. Un día señala:

…El aire estaba embalsamado por el humo de los cedros que ardieron por varios días…

Se refería a una de esas quemas para roturar en la que ardía, con otra vegetación, bosque en el que aparecía la especie Cedrela odorata L., árbol de madera preciosa, que para los campesinos no tenía interés especial. Lo importante en este sistema de roturación es despejar el terreno para poder sembrar, generalmente maíz, alimento básico de la población rural en esa parte del mundo.

 

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Deforestación en Madagascar

 

 

Otra referencia de las quemas para después sembrar la da Gerald Durrell (1925-1995), naturalista inglés, dedicado al rescate de fauna en peligro, en uno de sus libros, en el que cuenta una misión en Madagascar, donde la deforestación, impulsada por la pobreza, avanza continuamente por la necesidad de tierras para cultivar, reduciendo cada vez más los hábitats de las especies propias de aquel territorio. En uno de los episodios en que buscaban un lémur manso (Hapalemur griseus alaotrensis) relata:

…No podíamos haber llegado en mejor momento para capturar lémures: en esta época los campesinos queman grandes extensiones de marismas para plantar más arrozales. Ventaja no despreciable, ya que los animales que huían del fuego, o bien eran apaleados hasta la muerte y vendidos como comida, o bien eran capturados y vendidos como animal de compañía. Huelga decir que ambas cosas están estrictamente prohibidas por la ley, pero siguen practicándose impunemente.

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Pequeñas manchas resisten al empuje de otros productos. Foto José Luis Duce

Un testimonio muy reciente de roturación para cultivar, en este caso la palma de aceite, lo da Ignacio Deán (1980-), que salió de la Puerta del Sol de Madrid a mediados del año 2013 para dar la vuelta al mundo a pie, regresando al mismo punto tres años después. En su paso por Indonesia en abril de 2014 relata lo siguiente:

Estoy recorriendo el país a finales de la época de lluvias y, a pesar de que hay temperaturas constantes entre los 25ºC y los 35ºC a lo largo de todo el año por su cercanía al Ecuador, en Indonesia hay un gravísimo problema que amenaza al ecosistema y a la salud de sus habitantes: Los incendios incentivados por grandes compañías que pretenden hacer desaparecer bosque y selvas para crear nuevas plantaciones de cultivos, como la palma de aceite.

Se ha expuesto a millones de personas a niveles de contaminación extremadamente nocivos para la salud, que amenazan la supervivencia de especies emblemáticas como los orangutanes y, por si fuera poco, el país se ha convertido en una de las principales fuentes de emisión de gases de efecto invernadero a la atmósfera en todo el planeta. En un solo año, se han registrado más de cien mil incendios forestales y la cantidad de gases emitidos a la atmósfera supera las emisiones producidas por un país tan industrializado como Japón.

Los textos citados, referentes a quemas concretas, pueden completarse con la mención a miles de años atrás hecha por Yuval Noah Harari (1976) en su libro “Sapiens”, al tratar de explicar el efecto de la llegada de los humanos a un nuevo territorio:

…Cuando los sapiens llegaron a Australia, ya dominaban la agricultura del fuego. Enfrentados a un ambiente extraño y amenazador, incendiaban deliberadamente vastas áreas de malezas infranqueables y bosques densos para crear praderas abiertas, que entonces atraían a animales que se podían cazar con más facilidad, y que eran más adecuadas a sus necesidades. De esta manera cambiaron completamente la ecología de grandes partes de Australia en unos pocos milenios.

Un conjunto de pruebas que respaldan esta hipótesis es el registro fósil vegetal. Los árboles del género Eucalyptus eran raros en Australia hace 45.000 años. Sin embargo, con la llegada de Homo sapiens se inauguró una edad dorada para estas especies. Puesto que los eucaliptos son particularmente resistentes al fuego, se extendieron por todas partes mientras otros árboles y matorrales desaparecían.

Otra referencia al fuego en Australia se encuentra en los diarios del Capitán Cook, navegante y explorador inglés, según recoge el 19 de julio de 1770:

cook-australia-indígenes-fuegoVientos flojos del Sureste. Nos dedicamos a poner todo a punto para hacernos a la mar. Por la mañana recibimos la visita de diez u once aborígenes, la mayoría procedentes de la otra orilla del río, donde vimos seis o siete más, casi todos mujeres que iban completamente desnudas, como los hombres. Los que subieron a bordo querían llevarse algunas de nuestras tortugas y se tomaron la libertad de arrastrar dos al portalón para echarlas por el costado; al verse disuadidos al respecto, manifestaron cierto enojo haciendo ademán de arrojar por la borda lo que tenían al alcance de la mano. A esa hora no teníamos nada de comer preparado y, como creyera que se contentarían con cualquier cosa que no fuera tortuga, les ofrecí un poco de pan para comer, pero lo rechazaron con desprecio. Poco después bajaron a tierra; lo mismo hicimos mi director científico Mr. Banks, yo y cinco o seis hombres más. Así que pusieron el pie en tierra, uno de ellos cogió un puñado de hierba seca, lo encendió en una fogata que teníamos en la playa y, antes de que reparásemos en sus intenciones, describía un gran círculo a nuestro alrededor prendiendo fuego a la hierba que encontraba a su paso. Al instante quedó todo envuelto en llamas. Por fortuna, en ese momento poca cosa teníamos en tierra aparte de la fragua y una cerda con sus cochinillos, uno de los cuales murió abrasado. Acto seguido se encaminaron a un lugar donde algunos de los nuestros se estaban lavando y donde habíamos puesto a secar todas nuestras redes y gran cantidad de ropa blanca. Allí con la mayor de las porfías, prendieron también fuego a la hierba, cosa que no pudimos impedir ni yo ni otros que estábamos presentes. Así pues, para ahuyentarlos no me quedó más remedio que descargar un mosquetazo de perdigón menudo sobre uno de los cabecillas.

Una referencia al incendio sin autor concreto, ya que en este caso son las acciones bélicas, aparece en la obra de Jesús Fernández Santos (1926-1988). Su libro de relatos Cabeza rapada (1958) incluye uno titulado “El primo Rafael” cuyos protagonistas son niños de familias atrapadas en 1936 por la Guerra Civil en la parte de Segovia durante su veraneo en la Sierra de Guadarrama. Uno de ellos recuerda:

…Por la noche se veía a lo lejos el resplandor de los pinares incendiados por los bombardeos…

No todos los incendios los provocan acciones humanas. Por ejemplo, los rayos son causa frecuente de incendios en algunas regiones del Mundo, como Norteamérica o Siberia. En España lo son en las montañas del Sistema Ibérico. Y los volcanes, aunque menos frecuentes, también los producen. Bill Bryson (1951), escritor norteamericano, menciona en su libro de divulgación sobre historia de la Ciencia Una breve historia de casi todo, la erupción del Monte Saint Helens, situado en el estado de Washington (EE.UU.), ocurrida en 1980:

…El Monte St. Helens perdió 400 metros de cima y quedaron devastados 600 kilómetros cuadrados de bosque. Quedaron calcinados árboles suficientes como para construir unas 150.000 casas (o 300.000 según otros informes). Los daños se calcularon en 2.700 millones de dólares…

Evaluar los daños forestales por el número de casas que se hubiera podido construir es muy significativo, ya que en el Oeste americano las casas con estructura de madera son las más frecuentes.

Ricardo Vélez
Doctor Ingeniero de Montes