Pequeña colección de textos de autores de literatura en general (no técnica) sobre incendios forestales II
Es esta la segunda parte de un texto que es un recorrido por distintos libros de literatura a lo largo de la historia en los que el uso del fuego y los incendios forestales han formado parte del relato.
II Parte.

Pino ponderosa
Vegetación, combustibles y comportamiento del fuego
Las descripciones de la vegetación, combustible que alimenta el incendio, son realmente exactas y se centran en los pinares, mencionados por Antonio Machado, que en la región donde él veía el fuego serían pinos silvestres (Pinus sylvestris) o pinos laricios (Pinus nigra).
Mark Twain menciona un denso bosque de pino amarillo (Pinus ponderosa) con sotobosque de manzanita (Arctostaphylos pungens), una de las especies típicas del chaparral. Describe los pinos como gigantes de 100 pies (+30 m) de altura y diámetros de 5 pies (+1,50 m). Y explica también:
…Estaba el suelo cubierto por una capa espesa de agujas secas de pino, que al primer contacto con la lumbre se inflamó como si fuese pólvora. Era extraordinaria la rapidez con que avanzaban las gigantescas columnas ígneas. Al cabo de un minuto, prendió el incendio en unos espesos matorrales de manzanita seca con unos seis a ocho pies (+2 m) de altura y empezó el fuego a crepitar, rugir y chisporrotear de un modo espantoso…
Por la descripción podemos estimar que se podría clasificar como modelo 7 con muchas zonas de modelo 4. En pleno verano (él y su compañero duermen a la intemperie sin problemas) en esta vegetación se pueden iniciar fuegos de gran intensidad, que llegan a ser grandes incendios (GIF) fácilmente. Podemos estimar que las únicas discontinuidades en aquellas soledades de entonces serían los quemados producidos por rayos.
Robert L. Stevenson describe:
Los bosques y el Pacífico dominan el clima en esta región de la costa oceánica. En las calles de Monterrey, cuando el aire no huele a sal a causa del océano, sopla cargado de perfumes procedentes de las copas de los árboles que forman los bosques. Durante días enteros suele cernirse sobre la ciudad una atmósfera caliente y seca, parecida a la de un horno, aunque saludable y aromática. No se necesita ir muy lejos para averiguar la causa de esto, pues los bosques están incendiados y el aire cálido sopla desde las colinas…
Probablemente este viento terral que menciona sea el llamado allí “Santa Ana”, típico del cálido mes de julio.
Y dice más adelante:
…Quería asegurarme de si era el musgo el que se inflamaba con tanta rapidez cuando la llama tocaba por primera vez el árbol…

Barbas de español colgando de las ramas de los árboles
Los pinos que incendia pueden ser pinos insignes (Pinus radiata), especie que desde Monterrey se ha extendido a medio mundo. Producen gran cantidad de pinocha, sobre la que el fuego corre fácilmente. Sus piñas jorobadas se abren mejor con el calor del incendio, que además ha dejado al descubierto el suelo, facilitando la germinación de las semillas.
En cambio, no es tan sencillo identificar lo que llama “musgo”, que por la descripción (“ese fantástico y fúnebre ornamento de las selvas californianas”) debe ser colgante para facilitar la propagación del fuego por las copas. Lo que conocemos como “barbas de español” (Tillandsia usneoides) se encuentra por el sudeste de Estados Unidos. Quizá en zonas relativamente húmedas de la costa del Pacífico se encuentre también. Aparece citado en Baja California, México, cerca de la zona de este fuego.
Sorprende encontrar otra referencia a grandes incendios en Antón Chejov (1860-1904), escritor intimista ruso. En un viaje a la Isla de Sajalin, en el extremo nordeste de Siberia, cuando estaba esperando el barco que le iba a trasladar desde Nikolaievsk, situada en la desembocadura del Río Amur, hasta la isla, divisa grandes fuegos:
…El día era tranquilo y despejado. En cubierta hacía calor, en los camarotes el ambiente era sofocante. El agua estaba a 18o C. Un tiempo semejante es más bien propio del Mar Negro. En la margen derecha del río ardía el bosque; una masa verde ininterrumpida irradiaba una llama purpúrea; las volutas de humo se fusionaban en una prolongada e inmóvil franja negra, que permanecía suspendida sobre el bosque. El incendio era enorme, pero alrededor todo era tranquilidad y silencio. A nadie le preocupaba que el bosque fuera destruido, ya que, en este lugar, la riqueza vegetal pertenece solo a Dios.
Al día siguiente, por la mañana temprano, reanudamos la marcha con un tiempo absolutamente tranquilo y caluroso. La costa estaba cubierta por una ligera neblina azulada; era el humo de lejanos incendios de bosque, que, según nos dijeron, alcanza a veces tal espesor que llega a ser para los marineros no menos peligroso que la niebla.
Estos enormes incendios en regiones muy poco pobladas se siguen produciendo, generalmente por rayos, generando en algunas zonas de Rusia, de suelos muy profundos, grandes cantidades de humo, que cubren áreas muy extensas.
Gabriel Miró dice que tiró la cerilla en una aliaga, a la que en otro lugar llama tojo (Ulex parviflorus):
…Aleteaba el fuego por los tojos, corría por jistos de gramas. Crujidos frescos, rasgados de llamas nuevas; ruidos duros, metálicos, de calcinación; retumbos de pellones de rescoldos… Las aliagas eran bestias rojas, delirantes, que mordían la hierba, que se cebaban hasta de las esponjas húmedas de los musgos.
Claramente ese fuego corría por un modelo 4 y no había forma de pararlo:
…Estaba solo, con su cayado nada más. Con legón, con azada, descuajaría las socas de esos hogares de leña; les arrimaría y les volcaría tierra y pedregal, como hacen los labradores y pastores para remediar los incendios. Quiso valerse de su bastón y le retoñó en lenguas que lo devoraban.
Propagación y efectos
La descripción más impactante es la de Mark Twain:
Transcurrida media hora, se extendía ante nuestra vista un verdadero océano de fuego. El incendio subía a la cima de las montañas más próximas y veíamos trepar aceleradamente las llamas por sus laderas, desaparecer por la vertiente opuesta para reaparecer más lejos, por la falda de la montaña inmediata, que iluminaba con su siniestro resplandor para volver a desaparecer en rápido descenso. Después, entre lejanos bosques, desfiladeros, abismos y peñascos, hasta alcanzar por las que se le veía correr más alto y más lejos siguiendo las estribaciones de la cordillera, serpenteando se perdía en los confines del horizonte, que aparecían cruzados por infinitos ríos de fuego. Las cumbres de las más lejanas montañas brillaban con rojizos reflejos y el mismo firmamento parecía llamear en una incandescencia infernal. Tan imponente espectáculo se reproducía con fidelidad, detalle por detalle, sobre el brillante espejo del lago. Cuatro largas horas permanecimos inmóviles, sentados a la orilla del lago, contemplando aquel espectáculo grandioso, sin cansarnos de mirar y sin pensar en comer y beber. Hacia las once el incendio había ya corrido fuera de los límites de nuestro horizonte y volvió a reinar la oscuridad sobre el paisaje.
Una brevísima referencia al daño del incendio a la fauna aparece en el libro que preparaba Albert Camus (1913-1959) cuando falleció en accidente de coche:
…y del que solo subsistía un recuerdo impalpable como las cenizas de un ala de mariposa quemada en el incendio de un bosque.
Ricardo Vélez
Doctor Ingeniero de Montes