La gea, la gran olvidada de las afecciones de los incendios

Erosión con pérdida de suelos fértiles y arrastre a los arroyos de cenizas y fragmentos de vegetación quemada. Impermeabilización del suelo que disminuye el umbral de escorrentía y puede generar avenidas e inundaciones. Mayor susceptibilidad a los desprendimientos de roca y flujos de tierras y derrubios. Tras conocerse los efectos sobre la vegetación y la fauna de uno de los incendios de este verano, el de La Granja de San Ildefonso (Segovia), el Instituto Geológico y Minero de España emitió una nota de prensa resaltando las afecciones más olvidadas, las que provocan en la materia inorgánica, en la gea. La investigación y la literatura científica demuestran que es la gran olvidada.

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Interpretación de lanchar. Foto IGME

“Hay muchísima información sobre procesos erosivos posteriores a incendios, principalmente generada por equipos de diferentes universidades y centros de investigación españoles, como el Instituto Pirenaico de Ecología (IPE/CSIC) y la Estación Experimental del Zaidín (EEZ/CSIC), pero de las afecciones a la gea (reactivación de procesos susceptibles de causar riesgos como movimientos de ladera o inundaciones; afecciones al patrimonio geológico; a las aguas subterráneas…), apenas hay estudios publicados”.

Andrés Díez, investigador científico en el Área de Riesgos Geológicos del IGME, responde así a la escasa literatura científica existente en torno a los impactos de los incendios forestales sobre la gea. Nada que ver con la que prolifera en torno a la vegetación y la fauna. En Osbo Digital hemos repasado en ocasiones el impacto que provocan en el suelo, pero principalmente centrado en las alteraciones de la materia orgánica que lo componen; y a las aguas subterráneas, precisamente a partir de un trabajo que también parte del IGME.

Este último trabajo deparó la publicación de un libro (Incendios forestales y aguas subterráneas. Un análisis de los efectos ambientales y económicos sobre los acuíferos), que Díez resalta como referente en cuanto a las afecciones a las aguas subterráneas. “Para el resto son cosas aisladas, de casos concretos, difícilmente extrapolables a otros contextos: activación de flujos de derrubios tras incendios en Venero Claro (Navaluenga, Sierra de Gredos) en Díez Herrero, 2001; reactivación de desprendimientos y deslizamientos en el valle del Jerte tras los incendios, en Carrasco et al., 2005… En todos ellos, los aspectos del incendio previo apenas son tratados como simples condicionantes, sin entrar en profundidad en relaciones causales”, apostilla el investigador del IGME.

La alteración de la dinámica de las aguas entre los aspectos más investigados

La alteración de la dinámica de las aguas, superficiales y subterráneas, es uno de los aspectos más tratados. “Los incendios forestales son una causa de aparición de hidrofobicidad en los suelos forestales. La repelencia al agua puede ser el desencadenante de que los suelos quemados tengan menos capacidad de infiltración, hecho que genera más escorrentía y aumenta la erosión hídrica”. Así lo expresan investigadores de las universidades de Salamanca y Barcelona en una de las ponencias presentadas a la XIII Reunión Nacional de Geomorfología (Cáceres, 2014), publicadas por la Sociedad Española de Geología en Avances de la geomorfología en España 2012-2014.

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Lanchares y peñas en ortogneises glandulares. Foto IGME

Los incendios en Australia, algunos de gran y grave intensidad, son los que han generado una mayor investigación sobre las afecciones geológicas. En concreto, un estudio publicado en la revista Taylor & Francis (The vulnerability of water supply catchments to bushfires: impacts of the January 2003 wildfires on the Australian Capital Territory), concluye que “antes de los incendios de 2003, la calidad del agua embalsada era excelente (…). Los incendios de 2003 causaron aumentos sin precedentes en la turbidez, hierro y manganeso (…) que provocaron interrupciones en el suministro de agua y dieron como resultado la construcción de una importante planta de filtración de agua para abordar la turbidez y otros problemas de calidad del agua”.

En un portal asociado a investigadores de la Universidad de Adelaida (Fire Dangers Adelaida) se va más allá de los impactos sobre la dinámica fluvial y se afirma que “los incendios forestales afectan claramente a la capa superior de la litosfera”. Detallan que la temperatura que alcanzan las llamas (entre 3.000 y 4.250 °C) “es suficiente para cambiar la química de la capa superior del suelo en un área determinada. Esto conduce a una disminución de las concentraciones de nitrógeno, que ya está en una concentración baja en Australia”.

En el mismo portal se explica que las rocas que están en contacto directo con áreas afectadas por incendios forestales están sujetas a un calentamiento que supera los 540 °C. “Luego se enfrían rápidamente (por ejemplo, tras una lluvia inmediata) y pueden romperse o desmoronarse, dependiendo siempre del tipo de roca: la cuarcita, la arenisca y la pizarra tienden a desmoronarse cerca de las grietas y, por lo tanto, pueden erosionarse a mayor velocidad”. Y vuelta a los impactos hídricos: “la erosión de las rocas puede filtrar los productos químicos en la escorrentía y afectar a las otras esferas”. Una de estas es la hidrosfera.

En la nota de prensa del IGME publicada tras el incendio de La Granja de San Ildefonso se hacía una importante observación sobre los efectos palpables para la gea tras los incendios: “todos estos procesos potencialmente activos deberían ser monitorizados y articularse medidas correctoras y preventivas, para evitar mayores daños futuros”.

Andrés Díez explica a Osbo Digital que “sí existe un seguimiento de los procesos erosivos y la hidrología superficial en áreas incendiadas; es un clásico de la geomorfología española, con equipos como los del IPE/CSIC en la Estación Experimental Aula Dei (EEAD/CSIC), que llevan más de treinta años con cuencas y parcelas experimentales en el prepirineo oscense; y equipos catalanes en el Berguedá”. Otra cosa es la monitorización sobre las afecciones a otros procesos activos (inundaciones, movimientos del terreno…) o al patrimonio geológico. “Las únicas experiencias que hay son las que hemos hecho desde el IGME de monitorización de lugares de interés geológico (el gusano fósil del Parque Nacional de Cabañeros, las icnitas del geoparque de Molina-Alto Tajo…), aunque sin relación con los incendios”, concluye Díez.