La soledad del forestal

Desde hace ya muchos años, desde que dejé a Santos y a Isa, padezco la “soledad del forestal”, para bien o para mal. Lo corrijo en ocasiones con mi amigo Maxi, enciclopedia forestal andante. Pero es un lujo padecer esta… ¿enfermedad? No siempre, lo sé, pero sí en muchas ocasiones, pues te hace encontrarte contigo mismo y pensar que tu pareja de patrulla es todo lo que te rodea: la floresta y la estepa, el río y el lago, el animal y la planta, el suelo y… un cielo estrellado. Así que, intentando no parecer demasiado cursi (lo que no pegaría nada bien con el uniforme), os presento, dentro de la soledad del forestal, a otro compañero de patrulla, en este caso, nocturno.

oakgreen-estrellas-incendio-osboLo pensé la otra noche: somos un cuerpo distinto, muy diferente a cualquier otro colectivo considerado como “agente de la autoridad”. Y fue sin desearlo, pero las cosas surgen y uno intenta sacar provecho de ellas.

Me encontraba en casa, descansando en el sofá, tras una ducha reparadora, después de haber estado en un incendio de poca importancia pero que, de no haber acudido raudo agentes, bomberos y retenes, ahora lo hubiera calificado de otra forma.

El caso es que ya llevaba tiempo en el hogar, descanso del guerrero tras la batalla (ahora se pone lírico este Oak). No, en serio, el hogar de uno tiene que ser su mansión idílica de sosiego, respiro y tregua, de cargar pilas para la siguiente jornada o para el siguiente lance cotidiano o propio de nuestra profesión. De no ser así, uno se siente extenuado, irritable e incluso irascible; lo sé por experiencia. No es uno mismo. Y sino, pasad dos noches seguidas en un incendio sin tumbaros en cama o reposar en un ambiente relajante y conocido.

Sí, el hogar de uno es el descanso del guerrero tras la batalla. Por muy novelesca que os parezca la alegoría, es cierta.

El caso es que allí me encontraba, tumbado en el sofá, a pierna suelta. Es decir, con la cabeza reposada en un brazo y los pies en el otro, como de verdad se disfruta de un sofá.

A eso de las once de la noche, sonó el móvil del Servicio, en la pantalla aparecía el nombre de “Central de Incendios”.

Es un fastidio esto, por mucho que me guste este trabajo, creedme los que no hayáis pasado todavía por ello. Paciencia, que todo llega incluso a aquellos que deseosos queréis vestiros de verde. Os acordaréis de mis palabras.

Son las ocasiones en las cuales uno desea o que el emisorista de la central te haya llamado para pedirte unos datos que le faltan del parte del incendio anterior, o para que le aclares una duda sobre el cuadrante de guardias para mañana o, simplemente, porque se haya equivocado. Pero cuando a la hora de descolgar el móvil, la “voz” te dice: “Lo siento Oak,…”, ya supones que no es para nada agradable, y menos si encima apuntilla: “y además es muy lejos”. Menos mal que lo intenta arreglar con “…pero parece que se trata tan sólo de un incendio de rastrojo”. Jodido pero agradecido, al fin y al cabo. Lo que pasa es que a veces ves el vaso medio vacío y piensas que, como el que haya dado el aviso al 112 sea el mismo que un día notificó que se estaba quemando un simple zarzal, y que luego resultó ser un incendio de pinar donde estuvimos dos días hasta que lo pudimos controlar, lo llevo claro. Pero es mejor no ir ya preocupado, pues sino, además de jodido, “apaleado”.

Con qué facilidad me voy por las ramas, ya me lo advirtió un día mi buen amigo Juan Luis, espíritu de forestal: “Oak, subes muchas veces a la copa, sin pasar por el fuste”.

Una vez más vuelvo al tema y procuraré asirme con el cinturón al tronco para no despegarme demasiado de la trama de la historia…

Lo dicho, recibí la irritante llamada de la Central de Incendios, y me puse uniforme y calzado y corrí al Galloper. Seguramente, una hora de camino me aguardaba hasta llegar al incendio. Algunas zonas del Plan INFOEX en Extremadura son muy grandes y en la mía hay muy poco personal con “derecho” u “obligación” a realizar guardias de incendio. Tendrían que pensarlo los que dirigen el tema, pues en una hora un conato se transforma en un incendio de verdad.

Afortunadamente, la noche no era calurosa y, sobre todo, no hacía viento. Había que mirar el vaso medio lleno.

Hice el trayecto en cuarenta minutos.

Tenía razón esta vez el que avisó al 112: era un rastrojo de cereal, junto a una carretera local. Un frente de unos 100 metros avanzaba lentamente hacia la oscuridad.

Digo hacia la oscuridad porque en esta ocasión no recorrí el perímetro del incendio, previo a su ataque, pues decidí apagarlo ya que estaba fácil y, aunque luego comprobaría que se encontraba rodeado de viñedos y olivos, el dejarlo arder toda la noche podría alarmar a más de un conductor que volvería a dar el aviso al 112, y el 112 a la Central de Incendios. En estos casos, cuando decides no apagarlo porque está controlado, avisas a la Central y ésta al 112 para que cualquier llamada que se produzca sobre dicho incendio no genere alarma. Pero ocurre en muchas ocasiones que el siguiente comunicante no sitúa el fuego bien, o denomina la zona de otra forma y entonces, ante la duda, otra vez a correr para ver lo mismo.

Nada, que decidí entretenerme un poco, así que cogí una mochila y un batefuego, Por cierto, ya tengo dos mochilas y tres batefuegos en la parte de atrás del Galloper. El último batefuego y la mochila se la debo a un regalo de mi buen amigo Julio, el de las góndolas y maquinaria pesada contra incendios:

– Oak, estoy cansado de verte siempre con esa mierda de batefuego y esa mochila que ya no tiene ni muelles. Te voy a regalar un juego nuevo -me dijo antes de agasajarme con tan prácticos presentes.

Pues lo siento Julio, no me he desecho de lo viejo, les tengo… aprecio. Y ahora soy capaz de armar a un retén de voluntarios, y con la pala, la azada y el calabuezo, casi a una BRIF. A este paso, voy a dejar sin trabajo a las brigadas forestales.

Es broma, desgraciadamente nunca falta faena para ellos.

¡Vale, vale! ¡Vuelvo al tronco!

Necesité de las dos mochilas. La paja no había sido empacada y había cordones densos de ella que estaban ardiendo por debajo. Desmenuzarlos para poder apagarlos bien requería de más agua. ¿Os he dicho alguna vez que no hay cosa más difícil de extinguir que una paca de cereal? ¡Vale, vale, que me voy de nuevo por las ramas!

Afortunadamente la experiencia también me ha enseñado a no perderme en la noche cuando un incendio es apagado y… no llevas linterna (lo sé, tenía que haberla cogido). El terreno era llano y había dejado el Galloper fuera de la carretera, con el alumbrado de avería encendido, así que, sofocada la última llama, conseguí ver los destellos del alumbrado del todoterreno.

Pero no sólo vi eso.

El firmamento estrellado, el cielo nocturno con su más armónica realidad, sin ningún tipo de contaminación lumínica. Y entonces, me sentí dichoso. Reíros si queréis, pero este espectáculo sólo lo disfrutamos aquellos que tenemos esta profesión y, si es en soledad, no te importa reconocerlo y admirarlo sin sonrojo.

El firmamento estrellado, el cielo nocturno con su más armónica realidad, sin ningún tipo de contaminación lumínica. Y entonces, me sentí dichoso. Reíros si queréis, pero este espectáculo sólo lo disfrutamos aquellos que tenemos esta profesión y, si es en soledad, no te importa reconocerlo y admirarlo sin sonrojo.

Entonces pensé en nuestro oficio, en que quizás había valido la pena aquella llamada inoportuna. Y volví a sentirme un privilegiado.

cielo-estrellado-osbo

No, no somos iguales a cualquier otro cuerpo policial, no. Se habla de la guardia civil, de la policía, en colectivo. No es muy normal que se llame al policía o al guardia civil, pero sí es corriente que se diga el forestal o el de medio ambiente: “tengo que llamar al forestal para que me autorice esta poda” o “tiene que venir el de medio ambiente para que me vea los daños”. Por regla general, se habla de nosotros en solitario.

Sé que para determinados servicios es un atraso no ir en pareja, tengo experiencias desafortunadas de ello, pero no creáis que eso sea en muchas ocasiones la solución. Si puedes elegir el compañero de patrulla, no hay problema, pero si no, lo mismo te puede tocar uno que “estronche jaras” más que tú, que otro que se juegue a los chinos quien de los dos lo hace, o incluso que te deje tirado en el peor momento delante de un infractor o en un juicio. No todos somos “trigo limpio”, como por otro lado pasa en las mejores familias.

Es cierto que no es en todos los momentos cuando agradeces estar solo, pero es que nosotros tenemos la posibilidad de hacerlo, que ya es algo, Y aquella noche me di cuenta que estaba favorecido por mi profesión y podía disfrutarlo sin la impaciencia por volver a casa del compañero.

Un mochuelo sonó cercano con su insistente chillido en vuelo, era lo único que rompía el silencio, junto con el de los grillos. Bueno, eso y el tic-tac distante del alumbrado de avería del Galloper. Por lo demás, tú eras dueño del momento y de la contemplación de aquel cielo estrellado.

Llegué al coche y apagué el alumbrado molesto por su tono. Entonces ya era totalmente parte de la naturaleza y su sonido e intenté que mis ojos se acostumbraran a la oscuridad. Es fácil al cabo del tiempo, así como distinguir por el bulto y las sombras lo que es una piedra de un hoyo o un camino; o un herbazal de un arbusto o un árbol. Si no, que se lo pregunten a mi compañía en la mili en Cerro Muriano o en El Copero, cuando hacíamos maniobras nocturnas y el sargento me colocaba delante para dirigir la marcha. Hombre, también ayuda el reconocer el terreno previamente por el día (pero no se lo digáis al sargento, rompería el encanto).

Me alejé del vehículo una vez los ojos se acostumbraron a la noche y anduve entre la paja chamuscada y luego entre los olivos para apartarme del olor a quemado, aunque era complicado pues las botas hedían a “chimenea”. ¿Os he contado lo eficaz que es apagar muchos fuegos de hojarasca o rastrojo con las botas? A veces incluso alguno de pasto cuando cerca tienes tierra ¡Hombre, claro que mejor un batefuego, un palín o un mcleod!, pero si no lo tengo o se me ha olvidado en el coche… Uno llega a coger mucha experiencia en la operación, el problema es que sueles quedarte en breve tiempo sin suelas agarradas al calzado.

Ese cielo de Solana de los Barros, en la provincia de Badajoz, donde me encontraba aquella noche, era impresionante. Pero lo es más el de mi comarca de trabajo: dicen que el de Villar del Rey es el firmamento más limpio y donde mejor se pueden observar las estrellas. Yo creo que todo aquel que no tenga cerca un núcleo de población, una carretera alumbrada o cualquier foco de contaminación lumínica, tiene siempre su encanto.

Sonó sacándome de mi ensoñación el móvil, era la Central de Incendios.

– Oak, ¿qué ha pasado con el incendio?

No me había dado cuenta del tiempo y se me olvidó avisar a Badajoz que el incendio estaba extinguido, tan abstraído estaba con la contemplación de las estrellas.

– Perdona, dalo como controlado hace tres cuartos de hora y como extinguido hace 30 minutos. Dentro de un rato te paso el parte.

– Creíamos que te había pasado algo porque no respondías por la emisora.

– Estaba fuera del coche y olvidé la portátil. Venga, lo dicho, os llamo dentro de un rato.

Y entonces caí en que ya era muy tarde y que quizás también mi señora estaría preocupada.

Quizás tenía que haber matizado un poco lo de la soledad de nuestra profesión. Aquellos que tenemos otro vínculo en casa distinto al del Servicio estamos obligados en muchas ocasiones a pensar por dos. Así que me acerqué al Galloper y, antes de arrancarlo, volví a contemplar en el silencio nocturno el cielo estrellado y suspiré volviendo a la realidad. Posicioné con el GPS el lugar y tras dar el parte a la Central, marché tranquilamente hacia el “descanso del guerrero”.

Y entonces pensé, de camino a mi morada, que quizás el contar ciertas intimidades no era del todo buena idea y que podría alentar a que los chicos de la Central de Incendios, la próxima vez que se vean forzados a llamarme a una hora intempestiva, me “regalasen” con la siguiente frase: “Oak, te vamos a hacer sentir de nuevo un privilegiado, así que prepárate pues el 112 y nosotros, te obsequiamos con una noche estrellada…”.

Y entonces, tumbado en mi sofá, único feudo del guerrero en su castillo, me acordaré de mis palabras, mal me pese.

(Ahora, si, en vez de estrellas, me encuentro lluvia, sería mucho más afortunado)

Oakgreen