Entrevista a José Antonio Vega Hidalgo, Doctor ingeniero de montes, investigador del Centro de Investigación Forestal de Lourizán

«El fuego se ha comportado como un agente de selección natural en la evolución y especiación de las plantas y ha tenido un papel clave en los ecosistemas»

José Antonio Vega es una referencia científica nacional e internacional en los incendios forestales. Fue uno de los pioneros en investigar sobre el fuego y los incendios forestales cuando España empezaba a dar un salto cualitativo profesional en la gestión de incendios forestales. Ha investigado sobre la ecología del fuego, el comportamiento de los combustibles, los tratamientos selvícolas preventivos, la protección de suelos quemados, la rehabilitación y restauración posincendio, soluciones tecnológicas aplicadas a la prevención, o la protección frente a incendios de copa y su impacto socioeconómico, entre otras muchas materias.
José Antonio tiene la cualidad de explicar de forma sencilla y muy didáctica cuestiones complejas que son fruto de años de investigación, y es capaz de responder a aquellas que crean controversia social y profesional con la precisión de un cirujano experto que separa ciencia de creencias, datos de opiniones.
Hablamos con él de quemas prescritas, ecología del fuego, del papel de la vegetación y del cambio climático en la generación de grandes incendios, de la rehabilitación de los terrenos quemados y del estado de la investigación científica en estas materias en España. Sus respuestas son de obligado conocimiento y reflexión.

josé-antonio-vega-osboUsted ha sido uno de los pioneros en nuestro país en la investigación de la influencia del fuego y de los incendios forestales en los ecosistemas. ¿Desde cuándo existe la relación entre el fuego y los ecosistemas? ¿Cómo ha afectado el fuego a la formación de los ecosistemas en el territorio español, tanto en la Península como en las islas Baleares y Canarias?

La relación entre la vegetación y el fuego es estrecha y tremendamente antigua en la historia de la Tierra. Los fósiles nos indican la abundante presencia de fuego ya en la Era Primaria. El fuego es hoy día considerado un generador de biodiversidad en nuestro planeta y ese papel se ha ido desarrollando a lo largo de millones de años sin intervención humana. Una fuerza impulsora, junto al clima, para la evolución y la propagación de nuevas especies y biomas. Por su posición geográfica, nuestro país se ha visto inmerso en esos procesos evolutivos de la vegetación que han dejado una profunda huella en su composición y estructura.

¿De no existir el fuego tendríamos hoy los ecosistemas que tenemos?

Sin duda que no. Muchas de nuestras especies y ecosistemas más comunes presentan rasgos atribuibles a una evolución modelada por el fuego. Conforme más avanzan los conocimientos sobre ecología del fuego y filogenia, resulta más claro que el fuego se ha comportado como un agente de selección natural en la evolución y especiación de las plantas. También ha ejercido un papel clave en los ecosistemas, actuando a través de los ciclos de nutrientes y las interacciones bióticas. No podemos olvidar además que el fuego ha sido un elemento esencial en la evolución humana y que a su vez el hombre ha modificado los regímenes de fuego en la Tierra, lo que ha producido, así mismo, cambios notables en los ecosistemas tal como hoy los contemplamos.

Algunas amplias extensiones del territorio con sus matorrales forman parte de la Red Natura 2000 y, curiosamente, son fruto del uso del fuego de forma recurrente durante cientos o incluso miles de años. Ahora que ya ni siquiera el ganado en extensivo pasta en esos lugares ¿qué debemos hacer con este territorio: gestionarlo o dejarlo sin gestionar? ¿Podría ser el fuego una herramienta de gestión, es decir podría ser el fuego una herramienta de conservación del ecosistema?

Contestar a estas interesantes cuestiones no resulta fácil. Por un lado, tal vez convenga recordar primero que los ecosistemas dependientes del fuego no son un producto de las “recientes” (en términos geológicos) quemas antropogénicas, como se cree frecuentemente. Por el contrario, son consecuencia de un largo proceso evolutivo.

Además, las especies no están adaptadas al fuego “en general”, sino a un tipo particular de régimen al fuego. Dicho eso, no parece menos cierto que muchas de nuestras comunidades de matorral parecen “estabilizadas” por una manipulación humana de al menos decenas de miles de años. Los ciclos de fuego, pastoreo y cultivos temporales han sido aparentemente determinantes en la actual estructura y composición de esas comunidades que presentan, en muchos casos, una rica biodiversidad y por esta última causa se ha considerado que eran ecosistemas a conservar y proteger.

La paradoja surge cuando se practica desde los organismos encargados de su conservación la “ausencia de gestión” como el “modelo de gestión” para mantener esos ecosistemas. Parece dudoso que sin sostener esas perturbaciones que causaron su estado actual esos ecosistemas puedan conservarse indefinidamente. Otra cosa diferente es que se haya esgrimido inicialmente la preservación de la biodiversidad de esas comunidades como justificación para una mera captación de territorio donde ejercer competencias.

Respecto a si el fuego puede ser una herramienta de conservación de esos ecosistemas, podríamos decir que sí, probablemente en conjunción con el pastoreo y otras técnicas de manipulación de la vegetación que imiten los regímenes humanos que modelaron esas comunidades. La clave parece estar en seleccionar la adecuada dosificación de esas intervenciones humanas, en términos de intensidad, frecuencia, extensión, mezcla de ellas, etcétera y la investigación puede ayudar a ello.

El fuego puede ser una herramienta de conservación de esos ecosistemas, probablemente en conjunción con el pastoreo y otras técnicas de manipulación de la vegetación que imiten los regímenes humanos que modelaron esas comunidades. La clave parece estar en seleccionar la adecuada dosificación de esas intervenciones humanas, en términos de intensidad, frecuencia, extensión, mezcla de ellas, etcétera y la investigación puede ayudar a ello

Sin embargo, cuando se habla de quemas prescritas las reticencias son muy grandes, no solo entre otros colectivos profesionales, sino incluso entre los propios forestales ¿Por qué sigue habiendo tanta reticencia a la utilización del fuego por los técnicos de la administración pública como herramienta de gestión de la vegetación?

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Quema prescrita en el ejercicio TREX en Almería en 2019, organizado por el Infoca. Foto I. Muñoz

Varias causas parecen coadyuvar a ese resultado. Ha calado en la población, tras decenas de años de criminalización del fuego en los medios de comunicación, que el fuego es siempre negativo.

Quizá la investigación tampoco ha sabido explicar coherentemente el importante papel que el fuego desempeña en los ecosistemas y ha dedicado mucho esfuerzo a cuantificar sus efectos negativos y poco a los positivos.

La estrategia oficial de gestión del fuego ha sido la de suprimirlo siempre, al considerarlo un enemigo a batir más que un aliado. Las abundantes negligencias en las quemas agrícolas y pastorales tampoco han ayudado, y no digamos los fuegos como válvula de escape a conflictos de tenencia y uso de la tierra. No puede olvidarse tampoco que en muchas zonas del país el fuego reiterado con alta frecuencia ha coadyuvado a la desaparición del monte arbolado.

Por otra parte, los gestores no han recibido generalmente una formación académica y profesional suficiente para realizar adecuadamente las quemas. La planificación y la logística “oficial” de la quema no son fácilmente adaptables a la flexibilidad que requiere el aprovechamiento de los escasos días con una ventana de prescripción adecuada.

Por otro lado, no se ha desarrollado una cobertura administrativa y legal que ampare su ejecución y cubra los riesgos de un posible escape. Esto ha producido una sensación de indefensión en los gestores, que se ven además frecuentemente atacados por un ambientalismo a veces poco realista y una sociedad muy influida por el urbanita, ambos anclados en una percepción negativa del fuego.

Quizá la investigación tampoco ha sabido explicar coherentemente el importante papel que el fuego desempeña en los ecosistemas y ha dedicado mucho esfuerzo a cuantificar sus efectos negativos y poco a los positivos. La estrategia oficial de gestión del fuego ha sido la de suprimirlo siempre, al considerarlo un enemigo a batir más que un aliado

¿Son todas las quemas prescritas iguales? Es decir ¿podemos hacer cualquier quema de baja intensidad en cualquier ecosistema solo porque sea de baja intensidad? ¿Puede ser más perjudicial para el ecosistema una quema de baja intensidad que una incluso de mayor intensidad?

Claramente no todas las quemas prescritas son iguales. Aunque he comentado que en realidad las especies están adaptadas a un régimen de fuego desgraciadamente no conocemos todavía, para muchas especies y ecosistemas, las características idóneas de ese régimen, aunque se ha avanzado en ello. Intensidad y frecuencia son quizá los parámetros de la quema más importantes desde el punto de vista de su influencia en la vegetación.

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Quema prescrita bajo arbolado durante el Trex de Almería 2019. Foto I. Muñoz

Por ejemplo, sabemos que hay especies arbustivas, como la coscoja, o el tojo, cuya respuesta parece verse poco afectada por la intensidad y frecuencia de la quema. Sin embargo, otras leñosas bajas como la quiruela, brecina o queiruga requieren fuegos intensos para que sus semillas acumuladas en el suelo geminen. Así que una masa senescente de queiruga que se encuentea en una fase de degeneración por senescencia sin regeneración, puede requerir una quema intensa, que rompa la durmancia del banco de semillas y promueva la renovación de la masa. Sin embargo, esta última quema implica generalmente alcanzar una alta severidad del fuego en el suelo, que si se encuentra en una zona de pendiente puede favorecer la erosión del suelo quemado.

Pero hay también otros factores que debemos tener en cuenta cuando se planea la utilización del fuego prescrito. Por ejemplo, esta técnica puede empelarse para reducir temporalmente la carga de combustible bajo un arbolado para producción de madera o fibra, y así disminuir la severidad de un incendio, facilitando la supervivencia de la masa tratada. En ese caso la quema, al contrario que el anterior ejemplo, debe alcanzar una intensidad suficiente para consumir una parte de ese combustible del sotobosque, pero no tal alta que dañe al arbolado.

Estos casos simplemente ilustran la variedad de situaciones a las que le gestor se enfrenta y cómo su actuación debe sopesar diferentes tipos de efectos que la quema va a producir. Lo mismo puede decirse respecto a la frecuencia de la quema. Todos somos conscientes de que regímenes humanos de fuegos intensos y repetidos frecuentemente, solos, o en conjunción con pastoreo, han causado el empobrecimiento irreversible de suelos y una regresión en la vegetación.

No todas las quemas prescritas son iguales. Aunque las especies están adaptadas a un régimen de fuego desgraciadamente no conocemos todavía, para muchas especies y ecosistemas, las características idóneas de ese régimen, aunque se ha avanzado en ello. Intensidad y frecuencia son quizá los parámetros de la quema más importantes desde el punto de vista de su influencia en la vegetación

El mensaje que está calando últimamente en la opinión pública es que el cambio climático, y las condiciones meteorológicas que provoca, es el gran monstruo que condiciona y explica todo, desde la gestión forestal a los incendios forestales. Pero, la vegetación ha sido siempre uno de los elementos que más se han tenido en cuenta para explicar el comportamiento del incendio y en las estrategias de extinción. ¿Qué papel le otorga a la vegetación en la propagación de los incendios?

josé-antonio-vega-foresta-osboVivimos inmersos en un proceso de cambio global, con una acumulación y conexión de los combustibles más grandes que nunca, debido al abandono rural y la expansión de la vegetación. Junto a ello, se están generando condiciones meteorológicas progresivamente más desfavorables. El resultado es que la amenaza de grandes incendios está aumentando. La sociedad tiene que aprender a adaptarse a esa nueva situación porque los medios de extinción no pueden crecer indefinidamente y ante esos eventos extremos su capacidad se ve disminuida.

Sin duda, la vegetación juega un papel importante en la propagación del incendio porque suministra el combustible y por tanto la energía que permite la progresión del fuego. Tenemos que ser conscientes de que las decisiones que tomemos en cuanto a la ordenación del territorio y los usos de la tierra repercuten en la vegetación y por tanto en los combustibles del incendio.

La estructura del combustible, es decir la disposición espacial de su biomasa, localmente y a nivel de paisaje, junto a otras propiedades físicas de las partículas que lo componen, es clave en la propagación del fuego. Sin embargo, las condiciones atmosféricas extremas que pueden producirse como consecuencia del cambio climático sobrepasan, con mucho, la influencia de los combustibles en esos incendios de comportamiento extremo del fuego.

La estructura del combustible, junto a otras propiedades físicas de las partículas que lo componen, es clave en la propagación del fuego. Sin embargo, las condiciones atmosféricas extremas que pueden producirse como consecuencia del cambio climático sobrepasan, con mucho, la influencia de los combustibles en esos incendios de comportamiento extremo del fuego

¿De qué forma condiciona el tipo de vegetación las estrategias de extinción?
¿De qué nos sirve tener mapas de vegetación e índices de humedad de la vegetación cuando nos enfrentamos a la extinción de un gran incendio?

En el megaincendio son las condiciones meteorológicas las que dominan el comportamiento del fuego, generalmente fuera de la capacidad de extinción inmediata. Sin embargo, en la estrategia de extinción a gran escala en este tipo de fuegos de larga duración los mapas de combustible proporcionan una ayuda para la predicción del comportamiento del fuego en los días siguientes, a través de modelos de simulación. Eso resulta de ayuda para la sectorización del perímetro, asignación de medios y la táctica del combate.

Generalmente hay sectores del perímetro del incendio e intervalos de tiempo en los que es posible efectuar labores de extinción que complementen la estrategia general de ataque indirecto en estos grandes fuegos. En la planificación y ejecución de esas acciones es importante contar con mapas de vegetación e información sobre la humedad más probable de los combustibles que nos indiquen zonas donde esas tareas pueden efectuarse con más seguridad y eficacia. Su localización resulta de ayuda para las estrategias de extinción.

Además de lo anterior, la utilización de índices de peligro meteorológico en los que intervienen la humedad de los combustibles, permite prever, en base a las predicciones meteorológicas y modelos de combustible, el desencadenamiento de comportamientos extremos del fuego y alertar a la población. Esta capacidad de efectuar una alerta temprana de megaincendio está recibiendo cada vez más atención en los países desarrollados.

En la estrategia de extinción a gran escala en un megaincendio de larga duración los mapas de combustible proporcionan una ayuda para la predicción del comportamiento del fuego en los días siguientes, a través de modelos de simulación. Eso resulta de ayuda para la sectorización del perímetro, asignación de medios y la táctica del combate.

En las variables que intervienen en la toma de decisiones durante la extinción de un gran incendio ¿deberíamos incluir la recuperación de los terrenos quemados? Es decir, ¿debemos considerar dónde emplear los esfuerzos durante la extinción en función no solo de las hectáreas a salvar sino en la dificultad o necesidad de recuperar los distintos terrenos quemados?

Sin duda. Los sistemas de ayuda a la toma de decisiones en la extinción están evolucionando notablemente y, además de suministrar información sobre el posible comportamiento del fuego, seguridad de los combatientes y tipo y eficacia de los medios de extinción a utilizar, deberían poder suministrar información de la severidad del fuego, en términos de su probable impacto sobre los recursos afectados. Aunque esta predicción está menos desarrollada que la relativa a los aspectos citados, la investigación está aportando información útil sobre este aspecto.

¿Cuáles son las claves técnicas que hay que considerar en la recuperación de un terreno quemado en un gran incendio forestal?, ¿cuándo hay que comenzar las tareas de recuperación?

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Paja lazada desde un helicóptero tras incendio en Galicia. Foto CIF Lourizán

La palabra “recuperación” engloba al menos dos etapas. La primera es la estabilización de emergencia, a veces también denominada rehabilitación, persigue aminorar los impactos inmediatos del incendio que resultan negativos para las personas, infraestructuras y algunos recursos.

La investigación en el último decenio ha ayudado a establecer mejor esas actuaciones y ha desarrollado técnicas para amortiguar los efectos inmediatos no aceptables del incendio. Algunas claves de esas actuaciones son dar prioridad a la protección de la vida y la salud humanas, responder en el tiempo más breve posible, pero, de acuerdo a un esquema de planificación simple y flexible, disponer de medios técnicos y personal cualificado, y actuar coordinadamente con los sectores afectados. Todas las áreas quemadas por el incendio no necesitan estabilización de emergencia.

Por otro lado, los recursos disponibles son limitados, así que es necesario priorizar las actuaciones. La evaluación de la severidad del impacto del incendio resulta crítica en todo ese proceso y la investigación ha ayudado también en esa tarea. Cuando se producen incendios de gran tamaño o en gran número, los satélites suministran información esencial para la priorización de las zonas de actuación, que no obstante debe ser confirmada con reconocimientos terrestres y aéreos.

Muchas de esas actuaciones van dirigidas a la reducción del riesgo hidrológico-erosivo posincendio, por sus consecuencias para la población y los ecosistemas afectados. En el Norte de la Península, debido al clima, la urgencia de la estabilización tras el incendio es mayor que en la zona mediterránea y el Centro de Investigacion Forestal de Lourizán trabaja en coordinación con los gestores forestales para planificar y ejecutar esas tareas urgentes.

Cuando se producen incendios de gran tamaño o en gran número, los satélites suministran información esencial para la priorización de las zonas de actuación, que no obstante debe ser confirmada con reconocimientos terrestres y aéreos

¿Cuál debe ser el papel que debemos jugar en esa recuperación: intervencionista o dejar hacer a la naturaleza?

Podíamos decir que existen actualmente dos corrientes de opinión científica y en ellas parecen pesar factores ecológicos, socioeconómicos y probablemente subyazcan en el fondo también ideológicos.

Para un sector científico que investiga en ecosistemas forestales típicamente no productivos, en el sentido económico, y que generalmente forman parte de espacios naturales protegidos, el fuego debe considerarse principalmente como un factor ecológico natural. Según este esquema, el hombre no debería interferir en la recuperación de los ecosistemas afectados; en su caso solo tomar medidas para que la población humana no sufra daños. Es discutible, no obstante, si el régimen de los incendios actuales, casi todos ellos causados por el hombre, puede asimilarse al “natural” en esos ecosistemas.

Pero para otro sector científico, que usualmente trabaja en masas forestales productivas de propiedad privada, en un contexto económico diferente, y con núcleos de población más afectados directamente que en el caso anterior, la “no-intervención” no parece una opción viable. La pérdida del valor del arbolado quemado, que procede de una inversión en plantación efectuada con fines productivos, la pérdida de calidad del suelo afectado y su posible erosión, el peligro de extensión de plagas a partir de árboles debilitados, son factores todos que consideran al hombre un componente más del sistema e implican la necesidad de actuar.

Los riesgos de esa intervención están, sobre todo, en el empleo de maquinaria y su impacto en el suelo y en la regeneración natural. Los estudios efectuados en esas masas productivas, en un ambiente climático favorable para su recuperación tras incendio, indican que cuando la severidad del fuego es baja, como en la mayoría de los casos, el impacto causado sobre esos dos recursos es escaso; también lo es cuando hay severidad alta y las actuaciones de estabilización se combinan espacial y temporalmente con las de aprovechamiento del arbolado quemado.

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Sierra de Grados tras incendio en Pedro Bernardo en 2019. Foto I. Muñoz

¿Debemos recuperar lo que existía previamente al incendio u optar por otro ecosistema más adaptado a las nuevas condiciones?

De nuevo los condicionantes ecológicos, socioeconómicos e ideológicos pesan. El incendio abre una ventana de oportunidad para un cambio de especie arbórea principal. En lugares donde la producción no es la finalidad primera, la introducción de especies más resilientes al fuego y menos inflamables que las preexistentes parece una alternativa razonable, si las condiciones de la estación lo permiten. El cambio climático está ahí y en esa selección debe ser tenido en cuenta para aprovechar la ventana de oportunidad y favorecer masas más sostenibles.

En regiones con masas forestales productivas extensas, también el apoyo a la regeneración y la introducción de especies arbóreas menos inflamables parece necesario. Puede ayudar a disminuir las condiciones de peligro de incendios y mejorar la biodiversidad y resiliencia de los ecosistemas forestales, con la salvedad de los condicionantes mencionados. El perjuicio económico, a corto plazo, de los propietarios, que conlleva ese cambio de especie podría resolverse con mecanismos de compensación económica.

La forma que tenemos de afrontar la extinción de los incendios ha cambiado notablemente de veinte años a ahora. ¿Qué importancia ha tenido la ciencia en este cambio y cuánto más prevé que pueda influir en los próximos veinte años?

Creo que la ciencia ha aportado conocimiento y ayudado al desarrollo de tecnología clave para la extinción de los incendios. El empleo de medios aéreos y satélites, las tecnologías de la comunicación y el uso de modelos de simulación geoespaciales son algunos de los aspectos más visibles, pero detrás hay años de investigación de muchas personas. Me gustaría añadir que también la ciencia ha aportado conocimiento que nos ha permitido ver el fuego de una forma más integral, en su perspectiva ecológica y sociológica, por ejemplo.

La ciencia ha aportado conocimiento y ayudado al desarrollo de tecnología clave para la extinción de los incendios. La ciencia ha aportado conocimiento que nos ha permitido ver el fuego de una forma más integral, en su perspectiva ecológica y sociológica, por ejemplo.

Es una “eterna” discusión entre científicos y gestores que tienen que aplicar los resultados de la investigación, ¿ciencia de base o aplicada, por cuál se inclina personalmente?

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José Antonio Vega en la presentación de los resultados del proyecto GEPRIF en el INIA. Foto. Pilar Valbuena

Me parece que hoy día no es fácil separar esas dos vertientes del conocimiento. Creo que lo prioritario es una investigación que sirva a la sociedad, que ayude a resolver parte de sus problemas. La aplicación económica de la investigación inevitablemente la condiciona, pero también ayuda a proporcionar un servicio.

Los investigadores tenemos mucho que aprender de los gestores: compromiso de servicio, de ser útiles, de orientar nuestro trabajo hacia la búsqueda de soluciones realistas y aplicables a los problemas que surgen. También los gestores pueden beneficiarse del espíritu de indagación y mejora continua de los investigadores.

¿Cómo se encuentra en España esta relación? ¿Hacemos más o menos ciencia de base o aplicada?

En lo referente a la investigación sobre el fuego forestal creo que España se encuentra en una buena posición a nivel mundial y se hace buena ciencia de base y aplicada, aunque no me guste mucho esa distinción. Diría más, tenemos un grupo de excelentes investigadores que están trabajando en otros países porque no se les ha dado oportunidad de hacerlo aquí. Nuestro país debería estar recogiendo los frutos de la inversión hecha en su formación y no permitir esa descapitalización intelectual y en innovación.

Los investigadores tenemos mucho que aprender de los gestores: compromiso de servicio, de ser útiles, de orientar nuestro trabajo hacia la búsqueda de soluciones realistas y aplicables a los problemas que surgen. También los gestores pueden beneficiarse del espíritu de indagación y mejora continua de los investigadores

El gestor, sin embargo, necesita aplicaciones concretas fruto de las investigaciones, necesita herramientas que pueda utilizar cada día. ¿Atienden los gestores a los resultados de la investigación científica? ¿En qué medida aplican esos resultados a su trabajo diario? Y al contrario ¿el investigador, cuando decide su objeto de estudio, atiende a las necesidades que le plantean los gestores?

Los gestores, cada vez más, están utilizando todas las herramientas disponibles para mejorar su trabajo y se observa un creciente interés por ello. La creencia en la ciencia ha calado en toda la sociedad y se ha convertido en un paradigma. La pandemia ha contribuido a revalorizar la ciencia. Si salimos de esta tremenda calamidad será por la investigación. Su aplicación al trabajo de los gestores del fuego forestal tropieza con la burocratización, que cada día absorbe más su tiempo, y la necesaria adaptación a las nuevas TIC, y los nuevos conocimientos, como en otros campos profesionales.

Otra cuestión es que los resultados de investigación no llegan adecuadamente a los gestores por un deficiente sistema de transferencia de esos hallazgos. Lamentablemente, en nuestro país ese proceso necesita mejorarse todavía mucho.

Los investigadores han abordado la temática del fuego en nuestro país desde distintos campos y con diferentes perspectivas. Hasta hace unos años, la mayor parte de la investigación efectuada estaba bastante desconectada de la gestión. Los centros de investigación sectorial, pertenecientes a los departamentos de Agricultura de la Comunidades y algunas universidades han venido realizando investigación más dirigida a las necesidades de la gestión del fuego, principalmente las relativas al comportamiento y extinción del fuego y sobre todo en el conocimiento de los combustibles forestales, las actuaciones preventivas sobre ellos y los sistemas de peligro.

Los gestores, cada vez más, están utilizando todas las herramientas disponibles para mejorar su trabajo y se observa un creciente interés por ello. La creencia en la ciencia ha calado en toda la sociedad y se ha convertido en un paradigma. Otra cuestión es que los resultados de investigación no llegan adecuadamente a los gestores por un deficiente sistema de transferencia

De unos años a esta parte se observan cada vez más estudios científicos y centros de investigación que se fijan en el fuego como objeto de estudio ¿Cómo ha evolucionado la investigación científica sobre incendios forestales en España de cuando comenzó usted a ahora?

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Jornada de transferencia de resultados del proyecto GEPRIF

Como en otras ramas de conocimiento, en los últimos decenios, nuevos grupos de científicos se han ido incorporando a la investigación sobre el fuego forestal en nuestro país y hoy día contamos con un número bastante apreciable de investigadores dedicados a esa tarea. Esto era necesario porque, a finales de los setenta del siglo pasado, prácticamente muy pocos investigadores dedicaban atención a la temática del fuego forestal, a pesar de que los incendios eran ya un problema grave en nuestro país.

El Centro de Investigación Forestal de Lourizán, en Galicia, que entonces dependía del INIA, y en el que he desarrollado mi actividad durante más de 40 años, fue el primero en nuestro país en poner en marcha una línea de investigación dedicada al fuego y tuve el privilegio de ser uno de los primeros investigadores dedicados a tiempo completo en esa temática. El director del centro, Fernando Molina, mi recordado maestro, y el subdirector Forestal del INIA, Heliodoro Esteban, comprendieron que el fuego era más que un problema coyuntural en el ámbito forestal en nuestro país, como entonces pensaban muchos forestales.

Posteriormente, el creado Laboratorio del Fuego de Lourizán, junto con el Laboratorio del Fuego del INIA, impulsado por Carmen Hernando y el Laboratorio de Incendios Forestales de la Universidad de Córdoba, creado por el profesor Francisco Rodríguez y Silva, han venido trabajando conjuntamente en este campo. Cabe destacar que un rasgo común de esos tres centros es la fuerte conexión de la investigación realizada con la gestión del fuego forestal.

Hoy día tenemos la suerte de poder contar en nuestro país con varios centros y muchos grupos de investigación, pertenecientes a universidades, CSIC y otras instituciones, que llevan a cabo investigación sobre el fuego forestal, a un nivel muy elevado de exigencia científica y cuentan con un amplio reconocimiento internacional.

A grandes rasgos, la investigación sobre el fuego forestal en nuestro país ha evolucionado ampliando el número de científicos, las instalaciones, el personal de apoyo y el campo de estudio, al tiempo que se ha beneficiado de una interdisciplinariedad cada vez mayor.

La participación en proyectos europeos y la formación de investigadores en centros de otros países ha impulsado una investigación de calidad. En conjunto predomina todavía una investigación de macado carácter ecológico, que, si bien ha supuesto contribuciones científicas relevantes y ha ayudado a una mejor comprensión del fuego forestal, adolece todavía de cierta desconexión con los problemas reales de gestión del fuego.

En conjunto, hoy día se cuenta con una tupida red de investigación, con grupos capaces de abordar estudios multidisciplinares, aportando visiones sobre el fuego cada vez mas amplias e integradoras.

A grandes rasgos, la investigación sobre el fuego forestal en nuestro país ha evolucionado ampliando el número de científicos, las instalaciones, el personal de apoyo y el campo de estudio, al tiempo que se ha beneficiado de una interdisciplinariedad cada vez mayor

¿Cuáles son los puntos fuertes de la investigación en incendios que se hace en España y cuáles son los puntos débiles o sus necesidades?

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Vista aérea del reciente incendio en Eurovillas (Madrid) en el que un incendio de pasto se complica al afectar una parcela abandonada con arizónicas muy crecidas. ©2020 David Caballero

En nuestro país se lleva a cabo una importante cantidad de investigación en los efectos del fuego en la vegetación y el suelo sobre los que somos una potencia a nivel mundial. Eso ha permitido tener un amplio conocimiento de los efectos ecológicos de los incendios, profundizar en el papel ecológico del fuego, la regeneración natural y la restauración después de incendio.

También se ha investigado intensivamente en el empleo de sensores remotos para evaluación del peligro de incendio, de las superficies quemadas, así como en la severidad del fuego y la recuperación de la vegetación quemada. El análisis estadístico de las pautas espaciales y temporales de los incendios, incluyendo los factores que influyen en su ocurrencia, ha sido objeto, así mismo, de una atención continuada.

Sin embargo, los temas ligados a la gestión del fuego han recibido, en conjunto, menos inversión y existen menos grupos de investigación desarrollándolos. Particularmente, se requiere un mayor esfuerzo en la prevención, en las áreas de concienciación, conocimiento y cartografiado de los combustibles y los criterios de planificación y efectos de los tratamientos de combustible, a nivel de paisaje y a nivel de rodal. Los aspectos económicos, sociales, culturales, de salud y protección del fuego necesitan más atención.

La problemática de la interfaz urbano-forestal precisa ser abordada con más amplitud y profundidad, ligándola con la planificación territorial y con el comportamiento del fuego. Este último sigue siendo el gran tema que permanece atrasado. Nos jugamos mucho no dando la suficiente cobertura a esa investigación, con un cambio global que puede generar incendios catastróficos en las próximas décadas. Además de la complejidad intrínseca de esta temática, determinados factores están limitando el desarrollo de esa investigación. Hace falta un elevado grado de disciplinariedad en su abordaje; también se precisa una fuerte interacción gestión-investigación.

Las trabas administrativas para realizar fuegos experimentales resultan miopes frente a la destrucción potencial que podemos tener por los megaincendios del cambio global. La falta de cobertura legal para cubrir los riesgos de escape del fuego durante esos experimentos hay que solucionarla y aumentar el escaso número de investigadores dedicados a esa tarea. Una tarea difícil pero esencial para hacer más eficiente y seguro el combate de los incendios futuros y la protección a la población.