Tarde de confinamiento
Desde mi ventana del coche oficial, otra tarde más, sobre la pista del monte público, al lado de la chorrera, estoy a la espera de verte pasar. Lo tengo todo preparado: el telescopio, los prismáticos y una dosis grande de paciencia.
Eres tan esquiva, tan sigilosa, tan solitaria.
¿Qué te ha hecho volver a esta zona para aumentar tu prole?
¿Tanto te hemos molestado los humanos como para habernos abandonado durante casi una década?
¿Por qué, precisamente, has elegido este año para volver?
¿Dónde has decidido establecer tu nido?
Quizás desde las alturas, con tu vuelo elegante y armónico, estés divisando un panorama extraño. No hay coches por la carretera, no hay gente paseando por los pueblos, no hay senderistas caminando por los montes, no hay trabajadores desbrozando el matorral, no hay aviones surcando el cielo por encima de ti, no hay pescadores en las orillas del pantano, no hay familiares para la última despedida en el cementerio, no hay… No hay vida humana sobre la tierra.
Solo hay calma, solo hay silencio.
Estamos atrapados. La raza humana, la que se creía invencible, está en peligro. Algo incontrolado, sigiloso como tú, ha llegado y nos ha confinado en casa. Nos han arrebatado la libertad, como cuando nosotros, los todopoderosos humanos, aprisionamos a los individuos de tu especie en jaulas. Ahora nosotros tenemos miedo.
El mundo parece haberse vuelto al revés: nosotras las personas humanas permanecemos encerradas mientras vosotros, los animales, vivís libres.
Tu pariente cercana, la blanca, ve como cada domingo a las doce de la mañana, tras el repicar de las campanas, nadie acude a misa; el milano real, en su nido nuevo, incuba sus futuros polluelos sin ver caminantes por la dehesa; el zorro se acerca al mediodía al contenedor a ver si encuentra algo que llevarse al hocico; el cárabo, cada noche tremendamente silenciosa, inunda con su canto todo el valle; el ratonero, a la entrada del pueblo, espera erguido sobre un poste de teléfono a que se sobresalte con algún coche; el pico menor ofrece su poderío a la hembra en el jincho metálico de un olivar a la espera de que alguien acuda a desbrozar la hierba; a media noche el jabalí pasea con sus jabatos para enseñarles el terreno prohibido; el gallipato en la charca no saca sus costillas para defenderse porque nadie acude a la fuente a coger agua; el cu cú del cuco parece dar las horas, unas horas que no pasan.
En la naturaleza reina un sosiego extraño. El reino animal está tranquilo. El mundo humano teme.
Y tú, ¿dónde estás dando calor a los huevos? ¿Qué cantil serrano, qué alcornoque recóndito has elegido para que, poco a poco con tu pareja, hayáis llevado palos durante los meses fríos de invierno construyendo el nido?
¿Dónde estás cigüeña negra? ¿Dónde estás?
Mariquilla
@Maria_Madruga_