La bellota de 2.000 kilos (I parte)
Hay servicios extraños que te hacen pensar en la cantidad de posibilidades que tiene este oficio para disfrutar, o no, de algunas jornadas extraordinarias, no sólo por ser distintas a las ordinarias, sino incluso por estar lejos de ser normales dentro de su condición excepcional. Cualquiera de vosotros ¿no consideraría poco común por transportar, estando de servicio, río abajo, río arriba, una bellota de 2.000 kilos?

La bellota de 2.000 kilogramos. Imagen de Mar Villaespesa, de su artículo Além de água
Los hechos transcurrieron durante la mañana y la tarde del 16 de noviembre de 1996, sábado. Y lo sé tan exacto porque esta vez he hecho el esfuerzo de buscar el evento en mis notas de campo… Bueno, voy a ser sincero: ha sido Google el que me ha ayudado, pues la vivencia quedó recogida en los anales de la historia del arte contemporáneo.
“¿Historia del arte contemporáneo, Oak? Pero ¿qué nos estas contando? ¿Esto no va de vivencias forestales?”
Tranquilos amigos que todo llegará y al final lo comprenderéis mejor, pero dadme tiempo, ¿vale?
El día anterior me había llamado desde Mérida por teléfono Juan Manuel, responsable de una de las jefaturas dentro del Servicio de Impacto Ambiental.
–Oak ¿Cómo va eso?
–Tirando, compañero. Dime –recuerdo que me extrañó la afabilidad del jefe, alguien que no era muy dado a la amabilidad y con el que incluso en alguna ocasión había tenido alguna disputa. Algo quería.
–Mira, voy directo al grano: mañana tendrías que realizar un servicio con la barca.
En aquel momento, era el responsable de una zodiac neumática de 3,5 metros de eslora con motor fuera borda. Existían pocas en Extremadura, creo recordar que, en toda la región, dependientes de la Dirección General de Medio Ambiente, nada más que tres o cuatro (una o dos en Monfragüe, otra semirígida en el Alto Tajo y la mía en Badajoz).
Debido a que eran pocas las embarcaciones, nos encontrábamos recibiendo siempre instrucciones de las distintas jefaturas de secciones y servicios para cualquier parte de la región. Fue éste el motivo por el que, al cabo de tres años de responsable de la lancha, decidí entregarla y desistir de la aventura, pues estaba desatendiendo frecuentemente mi comarca.
–Imposible, Juan Manuel, se encuentra arreglándose en Almendralejo. A principios de esta semana tuvimos un percance en el Tajo e hizo agua.
–Pues necesitamos una lancha con urgencia.
–Podría comentarle a Juan, el compañero del Tajo, si la suya está disponible.
–Inténtalo, si hay algún problema me lo dices ¿vale?
–De acuerdo. Dime el sitio, la hora y qué tipo de servicio.
–Mañana sábado, a las nueve de la mañana, en Puente Ayuda, en Olivenza. Ya recibiréis instrucciones allí. Cruzad a la orilla portuguesa que os estarán esperando.
Por aquel entonces, teníamos la obligación de trabajar siempre que nos lo encomendasen. En nuestro argot: “cada vez que tocaran el pito, teníamos que salir corriendo”, por lo que no era extraño que, a pesar de que puede que no nos tocara servicio ese fin de semana, tuviéramos que realizarlo, incluso ordenado de hoy para mañana.
Para el que no lo conozca, informaros que Puente Ayuda es un puente del siglo XVI situado sobre el río Guadiana fronterizo, que unía las dos naciones, Portugal y España y que en la actualidad se encuentra en ruinas y sin poder cumplir su misión.
–Voy a llamar al compañero de Cáceres, a ver si podemos solucionar el tema.
–Lo dicho, Oak, si tiene algún problema tu compañero dímelo rápidamente, pues se trata de un servicio importante, coordinado entre Portugal y España, y no podemos fallar.
–Así lo haré, pero ¿no me puedes adelantar nada?
–Mejor que te informen en el sitio ¿vale? Venga, un abrazo.
–Un saludo –le dije colgando el teléfono.
Seguidamente llamé a Juan, el agente del Tajo, quien no puso ningún problema al asunto (recordad: tocar el pito y salir corriendo).
Puente Ayuda se encuentra en la comarca de la patrulla móvil Badajoz Sur, seguramente ellos habrán recibido igualmente instrucciones, me dije. Entonces decidí llamarlos por si ellos sabían algo más del encargo.
–No, Oak, no nos han dicho nada. Mañana de todas formas tenemos jornada partida y si nos requieren estaremos por la zona.
–Seguramente a lo largo de la mañana os dirán algo, no sería muy lógico que realizáramos un servicio conjunto con los portugueses en vuestra zona y no contasen con vosotros. En todo caso nos interesaría que nos llevaseis al sitio óptimo para desembarcar la lancha, pues no conozco la zona.
–No hay problema, quedamos en el Marchibirito a tomar un café y de allí partimos al sitio temprano. Un saludo.
Me extrañó que no hubieran recibido instrucción alguna sobre el tema, ellos llevaban la mayor parte del Guadiana transfronterizo y no era lógico que los dejasen de lado. Pero, como les dije, seguramente a lo largo del día se pondrían en contacto con ellos.
Era la mañana del sábado día 16 y ya nos encontrábamos en la Venta Marchibirito, a la entrada de Badajoz por la carretera de Cáceres. Juan, recién llegado de su comarca, y yo. La patrulla móvil Badajoz Sur todavía no lo había hecho, pero no tardó en presentarse y vimos su Nissan Patrol aparcado frente al bar.
–Bueno, Vicente ¿ya habéis recibido noticias? –dije dirigiéndome al Jefe de Comarca responsable de la patrulla.
–Nada, ignoro si nos avisarán a lo largo de la mañana.
–Es raro que no hayan contactado todavía con vosotros. No me han dicho la razón del servicio, pero puede ser que se trate del problema del que os habéis quejado muchas veces sobre que hay barcas que pescan ilegalmente en el Guadiana y que cuando queréis atraparlas en la orilla española se van a la portuguesa. Seguramente los “guardiñas” tengan el mismo problema pero al contrario, y necesiten de un apoyo en el agua para poder cogerlas.
–Pudiera ser, pero ya te digo que todavía no hemos recibido instrucciones. ¿A las nueve me dijiste que tendríais que estar allí? Pues vamos a tomarnos un café rápido y nos dirigimos a Olivenza que no nos sobra tiempo –habló Juan Luis, el compañero de Vicente.
Así lo hicimos, y antes de la hora nos encontrábamos en Puente Ayuda. Bajamos por su parte norte a un amplio pesquil donde hicimos descender de su remolque a la zodiac y empezamos a ponerla en funcionamiento.
En la orilla portuguesa se veía a una pareja solitaria de la Guardia Nacional Republicana (la GNR). Seguramente ellos sabrían más que nosotros del tema.
–Bueno, Vicente y Juan Luis, –dije desde la embarcación a los compañeros de Badajoz Sur– ya nos diréis si os avisan para incorporaros a este servicio, llevamos la portátil.
–De acuerdo. Nada, que tengáis buen servicio.
–Lo mismo os digo. Hasta luego.
Nos fuimos alejando de la margen española en dirección a la portuguesa, y bajamos a tierra con la neumática sobre su orilla.
“–Bom dia” –le hablé a uno de los guardias
“–Bom dia”.
–Estamos aquí para lo mismo, me imagino –le hablé en castellano con la confianza de que me entendiesen. El portugués de la frontera no es tan cerrado como el del interior y, sobre todo por razones comerciales, entienden muy bien el español.
“–Eu acredito que sim” (Creo que sí).
–Nos dijeron que recibiríamos instrucciones una vez llegásemos a la orilla portuguesa.
“–Nos contaram a mesma coisa” (A nosotros nos dijeron lo mismo)
–O sea, que tampoco sabéis para qué estamos aquí.
“–Não, só nós estávamos aqui a esta hora” (No, sólo que estuviéramos aquí a esta hora).
–Pues estamos apañados con el jodido misterio –exclamó Juan.
Nos dimos cuenta entonces que en el transcurso de la conversación habían empezado a llegar algunos coches al descampado próximo al río. Lo que nos extrañó es que los que bajaban de los vehículos lo hiciesen sin cañas, ni tumbonas, ni mesas de camping. Era sábado y un buen día de campo para domingueros. Nos llamaba la atención sobre todo que la mayoría venían de traje y corbata.
Y entonces vimos algo más: tras de los coches nos sorprendió, y pude ver que la misma cara de estupefacción se les quedó a los “guardiñas”, un camión con góndola que transportaba una bellota con su cascabullo, de aproximadamente cuatro metros de largo por dos y medio de alto.
La bellota parecía tener pegado a sus costados una serie de objetos y papeles que en la distancia no éramos capaces de distinguir.
“–¿O que é isso?” (¿Qué es eso?) –soltó uno de los guardias portugueses.
–Ni puta idea –respondí también pasmado.
Un turismo de la Junta, uno de esos que acostumbra a llevar a altos cargos, seguía al camión, y se dirigió hacia nosotros al vernos, parando a unos 50 metros de donde estábamos. De él bajó del lado de atrás un personaje trajeado y se dirigió, después de dar algunas indicaciones a las dos o tres personas que le acompañaban, a donde nos encontrábamos.
–Buenos días, “Bom dia” –dijo dirigiéndose primero a nosotros y luego a la GNR portuguesa.
–Buenos días –le respondimos a la par en castellano.
–¿Sois los agentes de la Dirección General de Medio Ambiente, verdad? –dijo ya mirándonos sólo a nosotros.
–Sí –le contesté.
–En primer lugar agradecerles su colaboración inestimable.
–¿Nuestra colaboración? Perdone, pero nosotros estamos aquí para realizar un servicio especial en coordinación con los portugueses…
–Así es… ¡Ah!, perdonen mi incorrección en presentarme. Soy el director general de Cultura de la Junta de Extremadura y no saben cómo agradezco a su Consejero de Medio Ambiente su inestimable ayuda.
Tanto Juan como yo no sabíamos qué decir. Era seguro que este señor se estaba equivocando, pues nosotros estábamos allí para un servicio de pesca… ¿o no?.
–Les cuento, pues de sus rostros entiendo que parece ser que no han recibido instrucciones precisas de sus superiores: Van a ser partícipes de un evento muy importante en lo que se refiere a la cultura hispano-portuguesa –nos dijo con una amable sonrisa y como si nos estuviera concediendo una medalla–. Serán ustedes los aurigas de un proyecto multidisciplinar que se va a desarrollar aquí, en las regiones fronterizas del Alentejo portugués y Extremadura. Além da Água, como se denomina, actúa en el terreno de la superación de fronteras, la cooperación y la solidaridad entre los países. A través de este proyecto se plantea, como metáfora y realidad, una reflexión sobre el agua como fuente de vida, unión y frontera y sus implicaciones sociales y medioambientales. Para ello, un conjunto de más de trescientos artistas de todo el mundo han colaborado con sus obras y hoy es el culmen de dicho proyecto, donde…
–Perdone, ¿me dijo usted que era? –le pregunté cortando su imparable narrativa a la par que intentaba comprender y asimilar tanta verborrea.
–Soy el director general de Cultura de la Consejería de Cultura de la Junta de Extremadura.
–¿Y qué dice que tenemos que hacer? ¿De qué dice que tenemos que ser… “aurigas”? –le hablaba cada vez más… “alucinado”.
–Déjeme continuar, por favor. Les decía que hoy es el culmen de este proyecto multicultural y mundial. En la bellota que ustedes ven en la góndola del camión se encuentran pegadas estas obras cedidas por ilustres escultores, escritores, pintores, etc, del mundo. Esta bellota simbolizará la alianza sin fronteras entre los artistas de todo el mundo a través de la unión entre la frontera española y portuguesa en el marco de Puente Ayuda, un puente derruido por la guerra de secesión española que quedará fusionado con este símbolo, es decir, por el fruto común en ambos países de la encina.
–Vale, pero ¿Para qué dice que estamos aquí? –volví a preguntarle todavía sin pajolera idea de nuestra misión en aquel curioso evento.
–Les concreto el tema. Su misión será ser los aurigas, los conductores, de este proyecto. Llevarán la bellota aguas arriba del Guadiana, para luego soltarla una vez se alejen de aquí a una cierta distancia y dejarla a su libre albedrío de forma que sea arrastrada por la corriente aguas abajo, hasta que llegue poco a poco bajo el puente derruido, donde quedará definido dicho enlace alegórico de culturas.
Miré a Juan que, como yo, se encontraba boquiabierto ante tal disertación. No supe qué contestar al director, que continuó casi sin descanso.
–Para ello serán ayudados por dos embarcaciones más –nos dijo mientras que señalaba sendas zodiacs que se encontraban descendiendo de sus remolques hacia el río y de las que no nos dimos cuenta de su presencia hasta ese momento.
–La idea es que suban las tres lanchas arrastrando la bellota. Está hecha de metal y forrada de corcho. Su interior es hueco y por lo tanto deberá flotar, pero pesa lo suyo, más de una tonelada, por lo que no está de más la colaboración de varias embarcaciones. A partir de su llegada al punto de suelta, deberán seguir mis instrucciones y dirigirlas a su vez a las otras lanchas. Estas indicaciones se las iré dando a través de esta emisora.
Me entregó una portátil que recogí sin rechistar, tan anonadado estaba con aquella historia en la que nos veíamos envueltos sin pretenderlo, que no era capaz de poner ninguna traba.
–Les voy a presentar a los conductores de las otras balsas neumáticas, acompáñenme.
Mientras que el director se alejaba, Juan se atrevió a decirme:
–Este no será el servicio que teníamos que hacer ¿verdad Oak?
No le contesté, quizás porque no sabía todavía qué decirle. Nos despedimos de los guardiñas y seguimos inmediatamente tras los pasos del alto cargo de Cultura. Juan entendió que todavía estaba digiriendo los acontecimientos y no me volvió a preguntar.
No recuerdo ahora los nombres del resto de “aurigas”, como nos definía el director. Sé que eran cuatro chavales, dos de Cádiz y otros dos de Tarifa, con dos lanchas neumáticas con motor fuera borda. Creo que alguno de ellos pertenecía a Protección Civil en Andalucía.
–Bien, ¿Me dijo que se llamaba? –me habló el director tras las presentaciones.
–Oak, y mi compañero, Juan.
–Bien, Oak, como le dije, una vez se encuentren en el río usted deberá transmitir las instrucciones que le dé por la emisora a las tres embarcaciones. En principio, la grúa del camión depositará sobre el agua la bellota; con cuerdas las tres lanchas la deberán arrastrar aguas arriba hasta una distancia suficiente para que, cuando yo les dé la orden, la liberen y se vaya acercando poco a poco hacia aquí, movida por la corriente. Debo esperar a que esté toda la orgánica dispuesta junto con los altos cargos que han de venir para el evento, para poderles dar el aviso. A partir de entonces, les seguiré informando sobre los pasos que deberán dar.
–¿La intención es que la bellota llegue bajo el puente? –preguntó Juan, que ya estaba asimilando, antes que yo, los acontecimientos.
–Así es.
–Creo que eso será complicado.
–¿Por qué?
–Cuando veníamos para acá con la zodiac me fijé que, cerca de donde se encuentran sus ruinas, hay mucha roca y el agua está somera. Según veo la bellota es muy pesada, y el calado de la misma puede que evite que llegue al sitio –Juan es uno de los mejores agentes que hay en Extremadura, y sus consideraciones siempre son muy sensatas, por lo que nunca he dejado de tenerlas en cuenta, pero parece ser que no era ésa la opinión del director.
–No es ésa mi apreciación, de hecho, no veo que sobresalgan las rocas que usted dice; en todo caso, ya resolveremos. Bueno, les dejo, dentro de poco el camión se acercará a la orilla y dejará la bellota sobre el agua. Hasta ahora –dijo finalmente despidiéndose.
Nos dejó solos a los seis barqueros y entonces Juan les advirtió:
–Habéis traído neumáticas sin casco, puede que sea un problema a la hora de navegar por el río, pues hay muchas rocas.
–Son las que utilizamos en las playas y allí no tenemos ese problema. Convendría que hiciésemos una inspección al río ¿no os parece?
–Buena idea. Nosotros os esperamos aquí –les indiqué.
Los andaluces botaron sus lanchas y se dirigieron río arriba hasta que se perdieron tras un recodo que hacía su cauce hacia la derecha.
–Creo que Juan Manuel nos la ha pegado –me dijo el compañero cuando ya nos encontrábamos solos.
–Sí, ya lo veo.
–¿Cómo coño no le preguntaste en qué consistía este servicio?
–¿Podrías tú imaginarte en alguna ocasión que podía tratarse de “pasear” por el Guadiana una bellota de 2000 kilos? No le demos más vueltas, Juan. De jodidos, al río.
–Nunca mejor dicho.
–Juan ¿llevas tú la zodiac?
–No hay problema.
Confiaba mucho más en el compañero que en mí, era un experto con las embarcaciones y de hecho el que me enseñó en aquellas labores.
Nos pusimos los chalecos salvavidas y nos dirigimos entonces a dar una vuelta por la zona, sin alejarnos mucho, concretamente cerca del puente derruido.
–Nos la han dado con queso Juan –le volví a comentar, enfadado, al compañero.
–¡Menudo servicio de pesca! Con razón no te dijo Juan Manuel qué era lo que nos esperaba –dijo con una sonrisa, pues él se lo estaba tomando mejor.
–¡Qué cabrón! Por eso estaba tan afable cuando me dio las instrucciones. Pero ése se va a acordar de mí. ¿Sabes si entre nuestras funciones está el transportar por el agua una bellota de 2000 kilos?
–No pongas tantas pegas, Oak, que ya sabes que vas a tener el honor de ser el “auriga” de tan célebre acontecimiento –me dijo con una risita burlona.
–La madre que los parió.
En efecto, una vez cerca del puente comprobé que Juan tenía razón y ni siquiera la embarcación semirígida que transportábamos podría sortear las piedras que había asomando cerca de la superficie del agua sin recibir ningún rasguño.
–Lo va a tener complicado la bellota.
–Vamos a la orilla, a ver si vienen los andaluces.
Bajamos de nuevo de la embarcación y aguardamos en la ribera.
Al poco rato vimos a los gaditanos que bajaban… andando por la orilla del río.
–¿Qué ha pasado? –les pregunté.
–El jodido motor de la zodiac. Se nos ha averiado aguas arriba y no hay forma de arrancarlo. Hemos dejado la barca varada un poco más arriba, vamos con el coche a recogerla a ver si podemos arreglarlo.
–Pues quedamos entonces dos –contó Juan.
En esto que escuchamos el motor de la otra lancha que venía rápida hacia la orilla.
–Creo que vamos a ser nosotros solos –dijo Juan al observar que la balsa venía medio desinflada.
–¡Jodida mala suerte! –gritó uno de los tarifeños cuando ya estaba junto a nosotros– ¡Hemos dado con una roca y tenemos la zodiac rajada!
–¡Pues estamos bien! –afirmé.
El director se acercó a nosotros quizás al escuchar las voces del andaluz.
–¿Hay problemas?
–Tenemos una zodiac con el motor averiado y otra rajada, sólo queda la nuestra –le informé.
–¡Vaya mala suerte! No podía empezar peor la mañana. ¿Serán capaces de hacerlo solos?
Puede que aquélla fuera la excusa perfecta para “picar espuelas”, pero entendía que, aunque no fuera un servicio de pesca, aunque no estuviera incluida esa función en nuestro reglamento y a pesar de que habíamos venido allí medio engañados, estábamos representando a la Dirección General de Medio Ambiente, y no podíamos hacerla quedar mal.
–Lo intentaremos –le dije.
Juan me miró, y en lugar de dirigirme una mirada de reproche, asintió como dándome a entender que estaba conmigo en aquello.
–Gracias –nos dijo– El camión ahora va a bajar a la orilla y dejar la bellota en el agua.
Nos montamos de nuevo en la lancha y esperamos a que bajase la góndola.
El camión paró a varios metros de la ribera y, sacando la cabeza por la ventana, el conductor gritó algo al director de Cultura.
–Para el motor, Juan, que parece que hay algún inconveniente.
El director se acercó entonces a la orilla y nos gritó:
–¡El camión no puede acercarse, teme hundirse, tendrá que dejar la bellota sobre la orilla, en tierra!
–Y cómo coño querrá éste que la traigamos al agua, con lo que debe de pesar –me dijo Juan en voz baja.
–¡Que estire la grúa lo máximo a la orilla para que toque algo de agua y con el cascabullo hacia nosotros! –grité desde la embarcación.
Mi voz fue tan fuerte que el conductor me escuchó, sin necesidad de intermediación del director. Situó el camión lo más cercano que pudo al agua y con la grúa fue acercando la bellota, que estaba agarraba con varios arneses para posicionarse horizontalmente sobre el río, pero ni con mucho llegaba a la orilla.
–¡Muévala para que con el vaivén se acerque a nosotros! –Volví a gritarle ante la contemplación curiosa de gran número de observadores que habían llegado ya al sitio.
Así lo hizo y cuando vio que en uno de sus movimientos se aproximaba a nosotros, la dejó caer despacio, pero aún así la mitad de la bellota quedó fuera tocando tierra.
–Ahora ¿cómo la arrastramos hasta el agua, Oak? –me interrogó Juan.
–Todo se andará Juan. ¡Quiten los arneses a la bellota y atenla una cuerda y tírenme el otro extremo!
La bellota tenía un aro en el extremo contrario al cascabullo, y allí iban a atar la soga.
–¡No, no, tírenme la cuerda que yo la ate al rabillo del cascabullo, que de ahí no vamos a poder girarla para tirar de ella!
Así lo hice. Le hice un nudo fuerte y agarré uno de sus extremos.
–Juan, pon el motor a tope y tira de la lancha hacia atrás que yo ya estoy agarrando la bellota.
Tal sacudida dio la embarcación con el tirón que me cogió de improviso y me caí hacia delante, pues la bellota no siguió al impulso dado por la balsa. Menos mal que me encontraba lejos de la proa y caí sobre la neumática sin tocar agua.
Oakgreen (Continuará)