La bellota de 2.000 kilos (II)

(Continuación de la primera parte del relato)

Tal sacudida dio la embarcación con el tirón que me cogió de improviso y me caí hacia delante, pues la bellota no siguió al impulso dado por la balsa. Menos mal que me encontraba lejos de la proa y caí sobre la neumática sin tocar agua.

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Momento en el que se acercó la bellota a la orilla del río con la grúa. Imagen de Mar Villaespesa, de su artículo Além de água

–¡Tenga cuidado! –me gritó el director desde la orilla.

–Si la atamos a la zodiac con el motor marcha atrás no va a ser capaz de arrastrarla al río –me dijo Juan.

–Lo sé Juan. Vamos a acercarnos más a la orilla. ¡A ver, empújenla desde tierra mientras que nosotros tiramos, pero cuando yo les diga! Juan, –dije entonces dirigiéndome al compañero– a cada orden mía aceleras, yo tiro y ellos empujan, a ver si así podemos.

No te pongas de pie.

–Tengo que hacerlo para tirar mejor, pero esta vez no estaré completamente vertical –metí un pie bajo la loneta de la proa de la embarcación y dejé el cuerpo en posición para tener juego a la hora de jalar fuertemente en cada tirón.

¡A la de tres! ¡Una! ¡Dos! ¡Tres! –Y mientras muchas manos empujaban desde la orilla, Juan aceleraba lo suficiente para ayudar a mi impulso, a la vez que yo jalaba fuertemente. La bellota se movió un poco.

–¡Una! ¡Dos! ¡Tres! –Un poco más

Al fin conseguimos botarla con un sonoro aplauso de los que se encontraban en la orilla.

–¡Enhorabuena, ya es toda suya Oak! –nos gritó el director desde la orilla.

La bellota se hundió la mitad, le atamos la cuerda a la argolla que había en el extremo contrario al del cascabullo.

–Juan, aguas arriba ahora.

Y pusimos la lancha a medio gas dirigiéndonos hacia el norte. En el agua no pesaba tanto y no tardamos en perder de vista el descampado de Ayuela que cada vez veíamos que se encontraba más poblado de coches, y visitantes.

–Debe tener un contrapeso en la parte sumergida para que quede la que tiene los cuadros en la superior –me dijo Juan.

¿Los cuadros? Aquí hay de todo, Juan –le indiqué mientras que observábamos tranquilamente lo que habían clavado en el corcho que daba forma a la bellota.

Junto a muchos dibujos de distintos estilos, se encontraba algún libro, anotaciones varias, pequeñas esculturas o algo parecido. Aunque lo que más nos llamó la atención fue un gato que en principio nos pareció que estaba disecado, pero que luego descubrimos que lo que estaba ya era “seco”, sólo le quedaba el pellejo pegado a los huesos, y un billete de diez mil pesetas (por aquel entonces no existían los euros ni en proyecto, seguramente).

Échale el guante al billete– me dijo en broma el compañero.

–Seguro que esas diez mil “calas” tienen alguna significación artística.

–Sí, seguramente sobre el problema existencial del individuo, es decir: sin “cucas” lo tenemos muy crudo para llegar a vivir.

–¡Vete tú a saber si incluso has acertado!

No dejo de pensar en que nos han engañado como a críos, Oak –repitió el compañero acordándose de nuestra situación.

–Sí, pero te digo que el jefe se acuerda de mí.

–Ten cuidado que Juan Manuel tiene muy mala leche.

–La leche se agria al calor, y a mi me la ha calentado el tío.

Al paso observábamos cómo los pescadores de la orilla nos miraban y sonreían.

–Mira, ese tiene cuatro cañas en lugar de las tres que se autorizan para ciprínidos –me dijo Juan cuando vimos a uno de ellos.

–Esta vez, y nunca mejor dicho, estamos a bellotas, no a billetes, así que lo dejaremos pasar, que basta que nos acerquemos a él para denunciarle y nos quedemos varada la bellota.

–No te extrañe que más de uno de estos vaya mal.

Pues se lo están pasando de coña con nosotros.

En estas disertaciones estábamos cuando decidimos que ya nos encontrábamos suficientemente alejados del descampado de Ayuda.

–Ahora a esperar instrucciones- dije cuando Juan paró el motor.

–Los “guardiñas” me parece que también estaban descojonándose de nosotros.

–Yo creo que lo hacían por la cara que se nos quedó cuando el “menda” trajeado nos informó de nuestra misión en el dichoso proyecto. Bueno, no hay que tomarse esto a mal, después de todo será coser y cantar: soltamos la bellota y cuando llegue al puente, una vez que se hagan algunas fotos para celebrar el acontecimiento, la llevamos a la orilla y luego nos vamos. Es mejor esto que tener persecuciones y enfrentamientos con pescadores mal encarados.

–Visto así, con que a la hora de comer estemos en casa, suficiente. En todo caso tengo bocadillos en el coche.

–Yo también los he dejado en él. Tendríamos que ir luego a la otra orilla a recogerlos.

Cerca de una hora esperamos tranquilamente junto a la bellota mientras que de vez en cuando, para matar el tiempo, comentábamos sobre alguno de los objetos o cuadros que se encontraban pegados al corcho y que se presentaban a nuestros ojos como una mini exposición de arte contemporáneo.

–A ver, Oak si recibe, cambio –el director nos llamaba por la emisora sacándonos de nuestros pensamientos.

–A la escucha, cambio.

¡Suelten la bellota ahora! cambio.

–De acuerdo, cambio y corto –contesté y, dirigiéndome al compañero le dije– Juan, nada más la suelte, procura que no se mueva hacia la orilla con pasadas suaves por sus flancos.

Me acerqué a la argolla y la desaté, pero la bellota no se movió ni un ápice de donde estaba.

–Pesa mucho y no hay suficiente corriente. De aquí hasta Puente Ayuda es todo una balsa de agua. Se va a desplazar muy lentamente –dijo Juan.

–Pues nos van a dar las uvas. A ver, descampado de Ayuda para Oak, cambio –dije acercándome la portátil a la boca.

–Escucho, cambio.

–Hay un serio inconveniente, tenemos poca corriente y la bellota no se mueve, la única solución que vemos es llevarla nosotros mismos atada, cambio.

No, no, negativo. La parte esencial del proyecto es que ésta baje sola, sin auxilio del hombre, no tiene que haber ninguna artificialidad en ello, cambio.

–Pues nos van a dar las uvas, pues permanece estática, cambio.

–Es un problema, pero si levantan olas con la zodiac, ¿No podrían darla impulso? cambio.

–Es arriesgado, pues podemos enviarla a la orilla. La bellota tiene que estar siempre bajo nuestro control, cambio

–Oak –me habló Juan– ¿Y si la damos tirones con la soga y cuando lleguemos a Ayuda la soltamos para que con la inercia se acerque al puente sin que se nos vea la cuerda?

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Descenso de la bellota hacia Puente Ayuda. Imagen de Mar Villaespesa, de su artículo Além de água

Asentí al compañero y se lo indiqué al director de Cultura.

Si no hay otra forma, háganlo así, pero procuren que en el último impulso no se aprecie que han sido ustedes los que le han dado la inercia, cambio.

–Así lo haremos, cambio y corto. Venga Juan, vamos a atar otra vez la cuerda.

Y otra vez con la bellota aguas abajo, y otra vez acompañado por las risas de los pescadores: “¿Qué, paseando al perrito?” nos decían unos; “¡Saca Paco el trasmayo que los guardas están entretenidos!” se le escuchaba a otros; “¡Se eles os chamarem belloteros, será para algo!” (Si os llaman belloteros, será por algo), nos gritaban desde la orilla portuguesa.

Aguantando la coña fuimos llegando poco a poco al recodo que nos daría vista al descampado de Ayuda.

–Juan, ábrete un poco para que cojamos recto el tramo hasta Puente Ayuda, le demos un tirón a la bellota y la dejemos a su suerte.

–¿Y si se va a la orilla?

–Procura que no, pero si es así, le das una pasada para enviarla con una ola a donde queramos, ya a estas alturas no nos queda otra opción.

Cogimos velocidad y cuando ya estábamos enfilados con el tramo recto al puente, aceleramos la zodiac levantando el morro y soltamos cuerda para que la bellota siguiera con la inercia del impulso.

La bellota se dirigió recta al destino encomendado.

El descampado ya no lo era, una gran multitud de personas, autobuses, coches, carpas, mesas repletas de bebida y comida, se habían dispuesto ocupando todo el espacio. A la vista de la bellota, todos empezaron a aplaudir y gritar y… en el centro del escenario, una orquesta compuesta por un gran número de instrumentos, empezó a tocar…

–¡Hostias, Oak! ¿Qué coño es eso?

–¡La Real Filarmónica Orquesta de Olivenza! –dije reconociéndola.

–¡Qué espectáculo se han montado, macho!

–¡Ponte la gorra, Juan!

Me apercibí de varias cámaras de televisión y de que aquello ya era otra cosa más seria. Veía al fondo una gran mesa con una carpa donde parecían estar las autoridades todas trajeadas y otras donde se encontraban el resto de asistentes.

Del silencio que habíamos traído, pasamos a la estridencia de los gritos y de la orquesta y nos quedamos, ciertamente, anonadados.

–¡¡Perfecto, agentes, muy bien, perfecto!! – escuchamos por la emisora los gritos del director.

Entonces Juan se dio cuenta de que con el espectáculo que había allí formado nos habíamos olvidado de la bellota que seguía su curso rápido hacia el puente.

–¡Oak, le hemos dado demasiado impulso a la bellota y se nos va a varar en las rocas del puente! ¡De ahí no la sacamos! –me gritó Juan intentando hacerse escuchar sobre el ruido.

–¡A ver, Ayuda si me recibe, cambio!

–¡¡A la escucha, cambio!!

–¡La bellota tiene mucho calado y se va a quedar varada entre las piedras antes de llegar al puente y luego no habrá Dios que la saque, cambio!

–¡¡El simbolismo del proyecto consiste en la unión del puente roto por la bellota, cambio!!

–¡El “simbolismo” que va a conseguir es que la bellota se quede encallada, que no llegue al puente y que la jodamos, y luego como no sea con un helicóptero, no habrá Dios que la saque, cambio!

No recibí respuesta y volví a insistir.

–¡Se nos escapa y ya va a ser demasiado tarde, cambio!

–¡Oak, –me gritó Juan desde el motor– si se queda encallada, la grúa del camión no llegará a la bellota y con una cuerda no van a poder tirar desde la orilla porque hay mucha roca entre medio! ¡Que se jode la historia! ¡Tira de la cuerda y afloja su marcha!

–¡Este tío no quiere que se vea la cuerda, y si jalo se verá! ¡Hazle una pasada rápida por delante para aminorar su marcha!

–¡Está ya cerca de las rocas y si paso entre ella y las piedras tan rápido, podemos romper el casco! ¡Hay piedras someras que no las voy a ver desde aquí!

Até una cuerda a la argolla de la proa de la lancha y me puse de pié asiéndome con ambas manos a ella.

–¡Sigue mis instrucciones y yo te aviso si veo las piedras!

–¡Te vas a caer!

–¡Tú levanta el morro que yo estoy bien sujeto!

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No podíamos demorarnos más, el director se había quedado mudo, quizás estaba intentando buscar una solución al problema, y la bellota quedaría varada entre las rocas si no lo remediábamos, así que Juan puso el motor a tope, el morro de la zodiac se levantó, una de las manos que asía la cuerda, la diestra, la tuve que soltar para guardar el equilibrio con el resto del cuerpo, pues, con el giro forzado de la barca hacia la derecha, necesario para que la bellota se detuviera, estuve a punto de caerme y entonces quedé en pie agarrado con la otra mano a la cuerda atada a la proa, en una posición semejante a hacer esquí acuático sobre la balsa, pero con una sola extremidad. Ni que decir tiene que me acojoné tanto pues a punto estuve de precipitarme sobre el agua, que ni miré rocas ni hostias, pero Juan lo hizo bien y ni rozó la escollera natural.

De la orilla una fuerte algarabía surgió, junto con aplausos más fuertes y silbidos de admiración, que casi silenciaron a la orquesta y me di cuenta que, con nuestra impetuosa acción, habíamos sido el centro de atención de todo el mundo.

–¡¡Perfecto, perfecto!!

Escuché por la emisora al director.

–¡¡Eso es, hagan pasadas alrededor de la bellota, cunéenla arriba y abajo!! ¡¡Oak, valiente, siga de pie sobre la balsa!! ¡¡Perfecto!!

Y nos lo creímos siendo fieles a nuestros palmeros para no defraudarles: Juan empezó a dar rápidos giros alrededor de la bellota y yo, en ocasiones de pie, otras medio agachado, me movía a la par de la inercia de la barca que saltaba sobre el agua. Nos empezamos a considerar como “héroes” admirados por el público de la orilla. El experto piloto de la zodiac sabía llevar al límite la embarcación para que no se diese la vuelta o se tumbase, corrigiendo incluso mi equilibrio en pie sobre la balsa para evitar mi caída. Desde la orilla el personal seguía aplaudiendo el espectáculo.

No sé lo que duró el entretenimiento; la bellota seguía parada en la balsa anterior a las rocas del puente, moviéndose con las olas que levantaba la embarcación, pero sin desplazarse apenas y la gente cada vez más eufórica desde la orilla.

Y entonces, para nuestra sorpresa, más aún si cabe, muchos de los observadores se empezaron a arrojar al agua, la mayoría vestidos, otros medio desnudos, y comenzaron a nadar hacia la bellota.

–¡Juan, detén la marcha que nos vamos a llevar a alguno!- grité cuando me di cuenta que se iban aproximando a la zodiac.

–¡No ven el peligro!

Y llegaron a la bellota, y empezaron a intentar subir para encaramarse a su grupa, y la bellota se movía dando vueltas sobre su eje, al fallarle el contrapeso de su base, arrojándolos al agua.

–¡Juan, que se nos ahogan!

Y nos teníamos que acercar a rescatarlos, subiéndolos a la embarcación con la intención de llevarlos de vuelta a la orilla, pero se volvían a arrojar al agua desde la balsa para intentar una vez más la “escalada” a la bellota.

–¡Están borrachos!

–¡No creo, Juan, será la euforia de los artistas!

–¡Mira ése!

Y miré hacia la orilla siguiendo su dedo. Un personaje vestido totalmente de corcho se echó al agua intentando seguir el camino de los otros. El traje flotante empezó a desmenuzarse y los arneses amenazaban con impedirle el movimiento y con ahogarle. Juan dirigió la zodiac hacia el apurado individuo, desentendiéndonos de los que una y otra vez pretendían subir a la bellota, y que estaban más tiempo abajo que arriba. Afortunadamente, antes de que llegásemos a él, consiguió desprenderse de su singular disfraz y nadar, desnudo completamente, hacia la bellota.

–¡Ese sí está borracho, Juan! –le grité al compañero que había pasado con la zodiac cerca de él.

–¡Como una cuba, seguro!

Aquella “orgía” de celebración era imparable, y entonces nos dimos cuenta que no podíamos hacer otra cosa que estar cerca de la bellota por si alguien de verdad se accidentaba o agotaba en el continuo esfuerzo de mantenerse sobre la misma, incluso les podría entrar una hipotermia porque recordad que estábamos a mediados de noviembre.

Y en aquel momento observamos desde el centro del río las mesas del bufé rodeadas por numerosas personas en pie, y que eran ya cerca o pasadas las 15:00, y que teníamos mucha hambre.

Conseguíamos adivinar patas de jamones que se estaban quedando poco a poco, literalmente, en los huesos; selección de ibéricos y quesos así como entrantes calientes servidos por un catering; bacalao dorado, zapateiras, y otros platos típicamente portugueses; bebidas, cervezas, refrescos, vinos, que no paraban de animar al personal, y a nosotros haciéndosenos la boca agua.

Los bocadillos estaban en la otra orilla, en el coche, pero ¿cómo íbamos a ir a recogerlos con los manjares que nos esperaban en el banquete?

–¿Nos acercamos al ágape? –le pregunté a Juan

–¿Y cómo vamos a dejar a esta gente aquí medio ahogándose? –me habló con sensatez, aunque yo sabía que a él también le sonaban las tripas.

Así que allí permanecimos algún tiempo más, hasta que los “escaladores” por fin encontraron la forma de quedarse sobre la bellota sin que esta zozobrase en demasía, y entonces grité al compañero.

–Juan, no aguanto más, o los bocadillos del coche o lo que hay en las mesas.

–Estoy contigo

Y sin más demora pusimos proa a tierra, en dirección al banquete.

Varamos la balsa en la orilla y corrimos hacia las mesas que se encontraban en el cerro del descampado.

Y entonces le vi acercarse. Con el transcurrir de los acontecimientos me había olvidado de él, pero cuando le vi, volvió a aparecerme la impetuosa ferocidad. Juan Manuel venía hacia nosotros desde una de las mesas de autoridades.

–¡Que hostia le voy a pegar! –dije sin miedo a que me oyera, aunque estaba todavía lejos.

–¡Aguántate, coño, Oak! ¡Que ya todo está hecho! ¡No sea que demos un espectáculo!

–¿Más que el que hemos dado?

El compañero me agarró fuertemente del brazo y detuvo mi carrera.

–¡Joder, Oak, que hasta ahora la cosa nos ha salido muy bien, no lo vayamos a joder!

Le miré y comprendí que tenía razón, así que esperamos a que el jefe acudiese a nosotros.

–¡Oak, Juan!, ¿Qué tal? –nos dijo una vez estuvo ya frente a nosotros– Os felicito por vuestro trabajo, los Consejeros están muy contentos y habéis quedado muy bien.

–Bien podías habernos dicho en qué consistía este servicio –le dije ya algo más calmado y ante la mirada vigilante de reproche del compañero.

–¿Y lo hubierais hecho? –nos dijo con una sonrisita que a mi me pareció burlona.

–¡Te puedes meter la sonrisita por donde te quepa, Juan Manuel! ¡Vamos, Juan, a comer que no merece la pena discutir! –dije, dejando a media palabra al jefe y corriendo hacia la mesa dándole la espalda. El compañero me siguió hasta que perdimos de vista a Juan Manuel, que se quedó solitario y con cara de circunstancias, viéndonos marchar.

Era ya demasiado tarde, no habían quedado nada. Los huesos de jamones sin carne ninguna, los platos vacíos casi sin poder adivinar lo que contenían en un primer momento, sólo los pellejos del surtido de ibéricos permanecían, así como algún resto de pan. Creo que hasta el aceite de los platos que habían contenido bacalao dorado, había sido rebañado.

–¿Qué coño piensan estos tíos, que nos alimentamos del aire?- dijo Juan notándole sumamente cabreado.

–¡Es la hostia! Servimos para hacer espectáculo, pero no para comer.

Entonces escuchamos a alguien que nos llamaba en un extremo de una mesa. Se trataba de uno de los andaluces de las embarcaciones.

–¡Venid! ¡venid! Os hemos guardado algo porque si no éstos no os dejan ni las migas –nos dijeron cuando ya estábamos junto a ellos, y entonces de detrás de su furgoneta nos sacaron dos buenos platos con jamón en finas lonchas, una botella de coca-cola, otra de cerveza y media de vino.

–Joder, macho, muchas gracias. Estamos hambrientos –les dijo el compañero, a quien se le salían los ojos de las órbitas al contemplar los escasos manjares.

Los devoramos con fruición, y nos supo a muy poco.

–Oye macho, lo habéis hecho de “puta madre” –nos decía uno de los gaditanos– Estáis acostumbrado a estas historias ¿no?

Me vas a permitir no responderte compañero –le dije intentando correr un tupido velo.

–Mira, Oak, me vas a perdonar pero yo me he quedado con hambre, vamos a por el bocadillo a la otra orilla que no aguanto más –me dijo Juan

–¿Y dejamos a esta gente?

–¡Que le den por culo! ¡Nos engañan obligándonos a hacer un servicio que no es el nuestro y encima ni nos dan de jalar! ¡Que les den, coño! –me dijo sumamente irritado.

–¿Ahora eres tú el que te vas a cabrear?

–¡Vámonos!

Y corrimos, una vez nos despedimos de los simpáticos andaluces, hacia donde teníamos la zodiac.

El director de Cultura nos vio alejarnos y nos llamó.

–No le hagas ni caso- me dijo el compañero.

–Coño, algo tendremos que decirle –y entonces detuve la marcha esperando que llegase.

¿Se van? Es que tendrían que traer la bellota de vuelta a la orilla. La celebración no ha terminado y hay que recogerla para llevarla y entregarla, pues se exhibirá en el Museo de Arte Contemporáneo de Badajoz –nos dijo casi con un ruego.

–Mire, tenemos que irnos. Le dejamos en la orilla la cuerda que está atada a la bellota. Jalando de ella o con el propio camión tirando de la misma, pueden acercarla a tierra. Seguro que con la grúa luego podrán depositarla sobre la góndola.

–Pero…

–Mire, ¿Cómo vamos a estropear la juerga a los colegas que están subidos ahora en la bellota? Cuando se les pase la resaca, seguro que le servirán de mucha ayuda para traer la bellota. Venga, encantado y adiós –le dije estrechándole la mano a la vez que le devolvía la emisora que me prestó por la mañana, y viendo que el impaciente de Juan había ya calado la barca y puesto en funcionamiento el motor fuera borda.

–Bueno… Gracias –me dijo despidiéndose.

Y así le dejamos en la orilla portuguesa, sin más.

–A ver, Badajoz Sur si recibe, cambio -llamé por la emisora a los compañeros una vez nos encontramos en la ribera española junto al coche de Juan.

–A la escucha, cambio

–Temía que ya estuvierais de recogida, cambio- les dije viendo que eran cerca de las 18:00, cuando terminaba la jornada partida.

–¿Cómo lo íbamos a hacer estando todavía vosotros ahí, no fuera que nos necesitaseis? cambio

Venid a sacarnos de aquí que os invitemos a un café. Ya os contaremos, cambio y corto.

–Ahora mismo, cambio y corto.

Nos volvimos a encontrar entonces donde aquella mañana temprano, en el Marchivirito.

–Pues no nos han llamado para echaros una mano. ¿Qué tal ha ido el servicio? –preguntó Juan Luis mientras que saboreábamos el cálido café.

–Bien –contesté, esperando no dar más explicaciones.

–Pero contadnos, ¿cogisteis a alguien? No os hemos visto ni cañas ni pesca alguna decomisada –insistió Vicente.

–Bueno… hemos estado paseando una bellota de más de una tonelada por el río –se atrevió a decir Juan.

–Ya, vale, entonces ¿Qué habéis hecho en todo el día? –preguntó una vez más Juan Luis, no dando crédito a lo que dijo Juan.

–Lo que os cuenta Juan: bellota de 2.000 kilos aguas arriba, bellota de 2.000 kilos aguas abajo…

–Dejaos de coña, ¿Qué pasa, qué no nos lo queréis contar? –preguntó un poquillo mosca Vicente.

–Qué mas da Juan, no nos van a creer. Pues vale, no hemos cogido a nadie, nos entretuvimos con otras historias y no hemos atrapado a ningún furtivo –les dije ya desistiendo de explicaciones.

–Nos lo imaginábamos, y es que para poder coger a esa peña tendríais que haber contado con nosotros, que somos los conocedores del terreno -nos dijo con una sonrisa Juan Luis

–No os preocupéis, que la próxima vez os vamos a dejar a vosotros solitos con la hazaña, pero vamos, sin pensarlo dos veces, que para el servicio de hoy, cualquiera vale, incluso los “acérrimos” Agentes de Medio Ambiente de la Patrulla Móvil Badajoz Sur –dijo Juan ya dando por finalizado el tema.

No sé si al final los compañeros de Badajoz Sur se creyeron nuestra historia, quizás al día siguiendo lo leyeron en el periódico o lo vieron en la tele, en todo caso nada me comentaron, puede ser que intentando no abochornarme más.

Pero si alguien pone en duda el tema, ya sé que es tarde y puede que no la tengan ya en exposición, pero preguntad de todas formas en el Museo de Arte Contemporáneo de Badajoz por la dichosa bellota, y si os la pueden enseñar, pensad que aquella enorme semilla de Quercus fue paseada por el Río Guadiana por dos Agentes de Medio Ambiente una mañana de otoño hace ya algunos años.

Que para todo valemos la gente del campo.

Oakgreen