La Estrategia Forestal Europea 2021 nace en un marco bipolarizado con excepcionales oportunidades, pero también riesgos

Eduardo Rojas Briales, Decano del Colegio Oficial de Ingenieros de Montes y profesor de la Universitat Politècnica de València

En todo el proceso ha sido evidente la falta de un servicio forestal comunitario de una mínima dimensión capaz de gestionar y liderar las cuestiones que convergen en un uso del territorio que ocupa el 43 % de la UE, la ausencia de la ciencia y profesión forestal –calcular las repoblaciones por número de árboles es un ejemplo bien patente de ello– y la asunción por una parte de la Comisión del relato ecologista sin el más mínimo contraste.

Antecedentes

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Los pinares de pino silvestre en Tierra de Pinares (Soria) son un ejemplo de gestión forestal sostenible y de identificación de la población con sus bosques. Foto I. Muñoz

La legislatura europea comenzó a finales de 2019 con una fuerte apuesta de la Presidenta de la Comisión Von der Layen por el “Green new deal” y la lucha contra el cambio climático, donde Europa ambicionaba liderar el mundo en los procesos de cambio climático y biodiversidad, incluidas las importantes COPs previstas para 2020 (26 en Glasgow y 15 en Kunming, respectivamente).

El vicepresidente Timmermans convocó a principios de febrero de ese año una conferencia sobre bosques, cambio climático y biodiversidad, donde fueron sonadas las ausencias de la Dirección General de Agricultura, hasta entonces responsable de bosques y de la práctica totalidad del sector forestal europeo incluido el Instituto Forestal Europeo (EFI), invitando por el contrario para la conferencia inaugural a Wohlleben, agente forestal y autor del “best seller” “La vida secreta de los árboles: qué sienten y cómo se comunican”, en el que les adscribe facultades del reino animal o casi humanas como pretexto para renunciar a toda gestión forestal.

La pandemia del COVID arrolló a todos e impuso un tiempo muerto que fue aprovechado por los departamentos ambientales de la Comisión para adelantarse a otras unidades, a los Estados y a sectores para marcar la agenda, especialmente la PAC y la revisión de la Estrategia Forestal Europea, un documento este último que en sus dos ediciones anteriores era de poca concreción debido a la ausencia de competencia comunitaria en esta materia y, por lo tanto, de aportación comunitaria limitada al 1 % de la PAC.

A la vez, se fue concretando una mayor ambición en cambio climático, la revisión de los criterios de renovabilidad para la biomasa aprobados en 2018 y el proyecto estrella: la Estrategia de Biodiversidad 2030. En esta se establecía la protección de al menos el 30 % de los ecosistemas terrestres y marinos en la UE, someter al 10 % de los bosques europeos a una estricta protección o repoblar 3.000 millones de árboles durante el presente decenio.

Las aportaciones del Parlamento Europeo sobre todas estas iniciativas variaban mucho dependiendo de la Comisión que las redactaba, siendo notorias las diferencias respecto a la Estrategia Forestal entre la de Agricultura, Industria o Medio Ambiente mucho más que entre los distintos grupos parlamentarios.

Redacción conjunta

Finalmente, el mes pasado se publicó la Comunicación de la Comisión Europea sobre la Estrategia Forestal por primera vez redactada conjuntamente por varias Direcciones Generales sin un liderazgo definido como en el pasado donde la DG de Agricultura lo venía asumiendo. En el redactado se observan aportaciones muy diferentes entre sí, tanto desde la perspectiva ambiental como de gestión forestal y bioeconomía, asumiendo acríticamente el grueso de lo previsto en la Estrategia de Biodiversidad, pero a la vez asumiendo la importancia de los recursos forestales para la bioeconomía y su rol clave para las zonas rurales y el empleo. La redacción escogida permite a cada sector identificarse con una parte, pero deja abiertos considerables puntos de fricción.

Se observan aportaciones muy diferentes entre sí, asumiendo acríticamente el grueso de lo previsto en la Estrategia de Biodiversidad, pero a la vez asumiendo la importancia de los recursos forestales para la bioeconomía y su rol clave para las zonas rurales y el empleo. La redacción escogida permite a cada sector identificarse con una parte, pero deja abiertos considerables puntos de fricción.

La estrategia apuesta, por primera vez, por el uso en cascada y la preferencia de usos de largo plazo, como la madera en la construcción, aunque prestando apenas atención tanto la biomasa como a los productos de las biorrefinerías actuales y futuras (textiles, bioplásticos, bioquímicos) que pueden alcanzar incluso una mayor aportación de substitución que la madera en la construcción.

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La madera, material natural, renovable y de aprovechamiento sostenible que ayuda a fijar carbono

No se aborda el efecto territorial regresivo de las medidas restrictivas previstas para amplios territorios poco poblados –justo los más forestales– donde cercenar la cadena forestal mediante todo tipo de cortapisas polarizará aún más la tensión territorial a favor de las zonas urbanas.

Tampoco se abordan sus efectos económicos sobre los propietarios afectados como la cuestión clave: ¿qué nivel administrativo asumirá finalmente las compensaciones?

Dado que es la normativa europea la causa de estas limitaciones, a la larga, le correspondería asumirlo, a diferencia de Natura 2000 que es mucho menos prescriptiva o premeditadamente indefinida. En todo caso, recuérdese que solo estarían protegidos los derechos de los propietarios privados –los de los municipales no está tan claro al tener naturaleza pública– pero no el valor añadido a lo largo de la cadena de valor que es lo que realmente fija población en el territorio.

Competencia de la Comisión

Otra cuestión clave es la base competencial de la Comisión dado que si los bosques no podían entrar de lleno en la PAC por la ausencia de competencia y no ha habido modificaciones en esta materia en los Tratados ¿cómo es que ahora se puede entrar en regular prescriptivamente?

Resulta especialmente sorprendente la referencia permanente a medidas policiales y judiciales prácticamente ausentes de la política forestal en muchos países europeos en el último siglo, mientras que cuando se abordan los incentivos se circunscriben estrictamente a las pérdidas patrimoniales de los propietarios forestales privados por reducir sus cortas o incurrir en mayores costes, pero en ningún caso se mencionan los incentivos por proveer servicios ambientales claves.

Resulta especialmente sorprendente la referencia permanente a medidas policiales y judiciales prácticamente ausentes de la política forestal en muchos países europeos en el último siglo, mientras que cuando se abordan los incentivos se circunscriben estrictamente a las pérdidas patrimoniales de los propietarios forestales privados por reducir sus cortas o incurrir en mayores costes, pero en ningún caso se mencionan los incentivos por proveer servicios ambientales claves

En los próximos meses el proceso de negociación sobre la Estrategia Forestal entre la Comisión, Parlamento y Consejo podría aclarar alguna cuestión abierta también en lo referente a los criterios de sostenibilidad de la biomasa, la concreción de los efectos sobre la gestión forestal que la Ley de Biodiversidad europea prevista o las consecuencias de la ambición climática sobre los bosques y su traslación a los estados, regiones y gestores.

En todo este proceso ha sido evidente la falta de un servicio forestal comunitario de una mínima dimensión capaz de gestionar y liderar las cuestiones que convergen en un uso del territorio que ocupa el 43 % de la UE, la ausencia de la ciencia y profesión forestal – calcular las repoblaciones por número de árboles es un ejemplo bien patente de ello – y la asunción por una parte de la Comisión del relato ecologista sin el más mínimo contraste.

Existen dos estrategias para abordar el mundo rural que es donde se encuentran los bosques: el modelo de arriba abajo (jacobino), donde se impone el supuesto interés general sin considerar ni incorporar a quienes conviven con el recurso; o bien un modelo mucho más imperfecto, construido de abajo a arriba, participativo y donde se reconoce el rol clave e insustituible de las poblaciones locales como modeladoras y aliadas en la perpetuación de los recursos.

Existen dos estrategias para abordar el mundo rural que es donde se encuentran los bosques: el modelo de arriba abajo (jacobino), donde se impone el supuesto interés general sin considerar ni incorporar a quienes conviven con el recurso; o bien un modelo mucho más imperfecto, construido de abajo a arriba, participativo y donde se reconoce el rol clave e insustituible de las poblaciones locales como modeladoras y aliadas en la perpetuación de los recursos

Ocurre del mismo modo en relación al carbono: en el primero se apuesta por aparcarlo (estático) en los bosques renunciando a toda gestión y confiando que ninguna perturbación –viento, nieve, fuego- lo vuelva a liberar; o por la gestión forestal y un carbono dinámico activando todo el potencial tanto en bosque, como sumideros temporales o la sustitución. Por mucho que se intente negociar, hay que escoger el modelo.

Nos jugamos mucho. Empezando por la credibilidad de las instituciones europeas en amplios territorios. No dejaría de ser paradójico que al final sea Estados Unidos, precisamente el gran ausente durante años en los procesos climáticos globales, quien aporte un poco de cordura sobre la base de los acuerdos entre Demócratas y Republicanos que apuestan claramente por la gestión forestal activa.