6.240 kilómetros, seis días y toneladas de emociones

Xevi Bolumar

Amanece un día frío pero soleado. Es el primer día que podemos ver el sol desde que iniciamos la misión. Tan solo quedan algo más de 800 km hasta Valencia.

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Teo Zabalollas controla la contabilidad de la misión

En el desayuno las caras de la gente muestran que una buena cama y una ducha caliente son una de las mejores medicinas. Algunos niños tienen fiebre así que Rous y Sara hablan con las madres para decirles lo que deben hacer. Aún quedan unas nueve horas de viaje y entre los niños enfermos y los que se marean, el viaje puede ser muy duro.

Durante el desayuno se aprovecha para ir recopilando los gastos de la misión. Teo Zabalollas es el jefe del equipo y también se encarga de llevar las finanzas. Hay un control exhaustivo de los gastos. Todo debe estar correctamente justificado.

Como tesorero es muy meticuloso pero su mayor valor es su gran habilidad para crear un ambiente distendido en el que la gente se siente valorada y cuidada. Pero a su vez, cuando las cosas se complican las resuelve con un tono calmado pero firme. Todo el mundo le respeta y a su vez sabe hacer una broma en el momento oportuno.

Si todo sale según lo previsto, esta noche nuestras invitadas dormirán con sus familias de acogida.

Y, cuando menos lo esperas, surge el problema

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Momentos de tensión con la gendarmería y la persona que denuncia. La policía no nos permite exigir una disculpa al denunciante y esperará hasta que abandonemos la estación de servicio para que no podamos hablar con él

A cien kilómetros de la frontera con España paramos en un área de servicio a repostar los vehículos. Algunos ya celebran que estamos llegando a casa cuando ocurre algo inesperado.

Un hombre, de nacionalidad francesa, nos dice que uno de los niños del convoy le ha robado la cartera y que en ella tenia 10.000 €. Se monta un revuelo importante. El niño dice que él no ha cogido nada. Hablamos con la madre. Menudo panorama. Unos hablan ruso, los otros, francés, y nosotros castellano.

Hay momentos de tensión muy incómodos. Sobre todo cuando el francés dice que «ellos no deberían estar aquí, lo voy a denunciar a la policía. Quiero que el niño y su madre vayan a la cárcel».

La madre mantiene la compostura de un modo admirable. Se mantiene en su afirmación de que su hijo no ha robado nada. Solicitamos al encargado de la gasolinera que nos enseñe la cámara de seguridad y nos dice que solo puede hacerlo ante la policía.

Esperamos a la policía durante más de una hora y a la llegada de estos, cada una de las partes explica lo sucedido. Rous, una de las enfermeras, hace de traductora de la situación. Esta mujer se está ganando el cielo.

Una vez escuchadas a las partes, la policía se lleva al niño y a su madre al interior de la cafetería, revisan las cámaras de seguridad y ante la mirada de todo el mundo les realizan un cacheo. El espectáculo es humillante y bochornoso. El niño tiene menos de 9 años. Sus dos hermanas están fuera con nosotros muy preocupadas.

Después de un buen rato, salen fuera y la policía nos dice que está todo bien, podemos irnos. En las imágenes de la cámara queda claro que el niño no ha robado nada.

Entonces le decimos a la policía que estas personas huyen de una guerra y esto ha sido lo último que necesitan. Queremos que el francés les pida disculpas. Su respuesta es que esta persona es un político y que si intentamos hablar con él tendremos problemas con ellos.

Me produce vergüenza ver cómo algunas personas que tienen una vida muy acomodada pueden no sentir ningún tipo de empatía por alguien que lo ha perdido todo y solo buscan un lugar donde sentirse seguras. Me viene el recuerdo de un compañero de trabajo que siempre me dice: «el ser humano es capaz de lo mejor y de lo peor».

Parece que el viaje no va a terminar hasta que estemos en Valencia.

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Llegada al parque central de Bomberos de Valencia con los refugiados.
Al llegar al parque somos recibidos por las sirenas de los vehículos

Por fin, llegamos a Valencia

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La despedida es muy emotiva. Nos hemos convertido en una gran familia

Tras un viaje de 6.240 km al fin alcanzamos nuestro destino y llega el momento de las despedidas. Personas que hace unos días no nos conocíamos, nos despedimos con lágrimas en los ojos. Como si fuéramos familiares muy cercanos que no saben si se volverán a ver. Por un lado, nos sentimos muy felices de haber conseguido traer a tantas familias a un lugar seguro, pero es duro saber que los maridos y padres de las familias siguen en Ucrania y que algunas de estas personas saben que su casa ha sido destruida por la guerra y que les espera un futuro incierto.

Por unos días han pasado a formar parte de nuestra familia. De hecho, durante estos días hemos sido una gran familia en la que cuidábamos los unos de los otros. Esta misión terminará realmente cuando hayan conseguido volver a sus casas, en Ucrania, y estén de nuevo con sus maridos, hermanos y padres.

Nosotros de momento volvemos con nuestras familias, sin su apoyo esto no hubiera sido posible.

Quién sabe si ya se está preparado la siguiente misión…