Más allá de los bosques o del carácter cultural del paisaje

Cultura.
1.
f. cultivo.
3. f. Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grados de desarrollo artístico,
científico, industrial, en una época, grupo social, etc.

Diccionario de la lengua española (Real Academia Española), 2021

Gabriel A. Gutiérrez Tejada
Presidente de la Asociación Forestal Andaluza
A José Luis González Rebollar

La percepción que del paisaje nos formamos, como individuos, depende de las impresiones que se nos transmiten a través de los sentidos. También, claro está, del uso que hacemos del mismo, que forja una íntima relación con este. El propio concepto de “paisaje”, como categoría del pensamiento humano, no es innato, sino que se debe a un proceso cultural cuyo origen estriba en la capacidad de abstracción desarrollada por el ser humano desde los orígenes del arte. Es, por tanto, un conocimiento subjetivo, personal y coyuntural, incluso cuando acaba siendo compartido por una colectividad e incorporado como principio de ese u otros grupos sociales.

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Foto I. Muñoz

Tal vez por eso, y bajo la influencia de las corrientes culturales de la época, en los orígenes de la ciencia y la técnica forestal en España se determinó que muchos de los paisajes forestales -la mayoría- eran espacios sumamente degradados, sometidos a procesos de envilecimiento por parte de las gentes que habitaban y aprovechaban el monte.

En consecuencia, la labor principal de aquellos primeros forestales se centró en la restauración de unos ecosistemas alterados en los que, como norma, se pretendió implantar el bosque. Una idea, la de aquellos primeros y rudimentarios ecólogos, que luego ha sido recogida y reforzada, paradójicamente, por posteriores generaciones ecologistas.

Hoy día, pasados casi doscientos años y con el auge de las distintas disciplinas que sobre el monte conocen, es sabido que no todos esos paisajes culturales se identifican con estadios más o menos graves de degradación, sino que muchos de ellos proporcionan -llevan siglos haciéndolo- altísimos niveles de diversidad biológica y capacidad de producción que los hacen merecedores de una prudente política de protección, y así queda reconocido por su inclusión como hábitats de interés a nivel europeo.

Nos referimos aquí, para concretarlos, a un amplio elenco de formaciones forestales que se podrían estructurar como dehesas, arbustedos, matorrales y pastos, que no por la ausencia de bosques -o de simples árboles aislados, en muchas de ellas- dejan de disfrutar de la consideración de verdaderos montes y deben ser administrados como tales.

El reto está, a nivel de gestión de estos espacios, en cómo habremos de actuar para conservar estas formaciones cuyo origen y mantenimiento dependen íntimamente de la acción humana, toda vez que los modelos de manejo tradicionales han desaparecido o están en trance de hacerlo.

El reto está, a nivel de gestión de estos espacios, en cómo habremos de actuar para conservar estas formaciones cuyo origen y mantenimiento dependen íntimamente de la acción humana, toda vez que los modelos de manejo tradicionales han desaparecido o están en trance de hacerlo.

Con la mayor parte de la población refugiada en las ciudades, los montes españoles languidecen por falta de uso. ¿Significa esto, pues, que debemos resignarnos a perder la diversidad secular de los paisajes ibéricos? La respuesta debe ser no, frente a los grupos de presión que aún propugnan la idea de un cosmos que progresa en paralelo a la existencia humana, ignorándola o, en el mejor de los casos, considerándola como un elemento profanador de virtuosos estados primigenios.

La evolución natural de estos valiosos paisajes culturales, una vez abandonados por el hombre, los encamina a su desaparición y, con ellos, a la pérdida de la enorme biodiversidad que albergan.

Y nadie habita el monte ya. Sin pastores ni ganados que careen trashumantes, manteniendo los pastos estacionales; sin carboneros ni leñadores que abran huecos en las mayores espesuras; sin cazadores que fomenten poblaciones cinegéticas equilibradas; no será posible mantener estos complejos ecosistemas que reclaman con urgencia soluciones ingeniosas.

Si la selvicultura española requiere, con motivo y premura, mayores atenciones desde los campos de la investigación y la gestión, otros cuerpos científico-técnicos como la pascicultura y la zootecnia forestal se desvanecen literalmente en planes de manejo que subestiman estos montes -que no son bosques- como espacios forestales de menor valía.

Más allá de los bosques, y del deber de su conservación y mejora, los montes claros y los desarbolados requieren, en el momento histórico actual, de especiales cuidados y dedicación que garanticen su conservación en un escenario cierto de cambio climático pero también, sobre todo y de nuevo, de impredecibles cambios sociales, culturales y, en definitiva, humanos.