Sobre el origen autóctono (y benéfico) de los pinos españoles
o de la falacia del determinismo ecológico y aristocrático

autóctono, na. 2. adj. Que ha nacido o se ha originado en el mismo lugar donde se encuentra.
Diccionario de la lengua española (Real Academia Española), 2021

Gabriel A. Gutiérrez Tejada
Presidente de la Asociación Forestal Andaluza

“El más grande de todos los frutos y el que cuelga de más arriba es la piña. En su interior guarda -en sus lechos ahuecados- unos piñones pequeños, recubiertos con una túnica del color del hierro por ese cuidado pasmoso de la naturaleza de alojar con delicadeza las semillas.” (Plinio; Naturalis Historia, Libro XV).

Para sorpresa de muchos y desengaño de algunos, son varias las especies autóctonas de pinos en la península ibérica. Demasiadas décadas ya de sostén del discurso contrario -de forma capciosa y deliberada- han calado en una sociedad no siempre bien informada, que mira a veces con recelo a sus pinares, hasta el punto de que no han sido pocos los planes regionales de pretendido carácter medioambiental que han condenado a este género botánico como impropio de nuestro país, con nefastas repercusiones en la gestión de muchos de los más valiosos espacios naturales ibéricos.

Estas corrientes interesadas han pasado, sin sonrojo, por encima de testimonios culturales, evidencias históricas, huellas toponímicas y, en los últimos años, hasta de argumentos científicos irrefutables -ancha es Castilla-, hostigando la práctica forestal española de la última centuria hasta límites incomprensibles e intolerables. Conviene insistir en la exposición, pues, del carácter autóctono de algunas de nuestras más emblemáticas coníferas.

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El Pino de la Virgen en La Palma. Foto Gobierno Canarias

Silvestres, albares, negros, moros, salgareños, cascalbos, negrales, resineros, reales, piñoneros y carrascos, entre otras muchas, son denominaciones populares de un conjunto de apenas seis especies que, bajo el nombre genérico de “pinos”, forman parte del acervo cultural ibérico por su protagonismo en la vida cotidiana, en el desarrollo de la industria de diversas épocas y en el paisaje de todos los tiempos. Así, de la importancia del comercio de la brea para el calafateo de barcos y el aislamiento de cántaros y otras vasijas, además de otros muchos usos medicinales, nos habla Estrabón, en la Geografía, o Plinio el Viejo en su enciclopédica Historia Natural, por no citar las numerosas referencias posteriores a que de estos pinos se obtenía la madera necesaria para la construcción de embarcaciones y edificaciones de diverso tipo.

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Tierra de pinares (Soria). Foto I. Muñoz

Dada esta importancia etnológica, es sencillo comprender que la habitación natural de muchas de estas especies haya sido ampliamente modificada por el hombre: unas veces talando desmesuradamente bosques enteros y, otras, ampliándolos mediante la cría de sus más preciadas estirpes, de la que el ambicioso plan de repoblaciones del siglo pasado no es sino un ejemplo histórico más de la importancia de los pinares en nuestro país.

Sin el concurso de estos trabajos de restauración forestal con pinos, muchos montes españoles ahora poblados por las tan veneradas frondosas, simplemente seguirían desarbolados, perdiendo suelo y degradando así el conjunto del ecosistema. Por suerte, estas rústicas especies se encargaron de representar con fortuna su papel protector siendo, en algunos casos notables, la fase madura del sistema como bosque de pinos o pinar.

Algunas de las mejores representaciones de los pinares ibéricos autóctonos las encontrará el espíritu aventurero y curioso en los Pirineos (Pinus sylvestris L. y Pinus uncinata Ramond ex DC); en las montañas del Maestrazgo (Pinus nigra Arnold); en las sierras Béticas (Pinus pinaster Aiton); en los arenales costeros de Huelva y Cádiz (Pinus pinea L.); o en las Islas Baleares (Pinus halepensis Miller), por ejemplo.

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Bosques de pinos carrasco en la sierra de Ricote Murcia, con una importante función de fijación de suelo y conservación de biodiversidad

Desde el campo científico, las últimas décadas han sido pródigas en descubrimientos que avalan la existencia espontánea de pinos en la Península desde tempranas edades geológicas. En efecto, el estudio de muestras de polen, carbón y madera hallados en depósitos naturales corrobora la presencia de distintas especies de estas pináceas a lo largo y ancho de la geografía española, excediendo incluso su actual área de distribución natural.

Probablemente, nada de lo anterior convencerá a gran parte de esa escuela de opinión cuyo principal dogma, el del determinismo ecológico, condena la evolución natural a un recorrido programado, infalible e inevitable, solo apto para especies “nobles”. La realidad es, no obstante, que muchos son los montes españoles poblados por pinos, unos naturales y otros logrados tras su meritoria repoblación, que requieren con urgencia del manejo necesario para su aprovechamiento y conservación, con lo que podrán contribuir, desde su humilde habitación, al desarrollo del mundo rural -y urbano- español en el marco indispensable de una política forestal basada en el rigor secular de la ciencia y las técnicas forestales.