Algunas reflexiones acerca del tratamiento de masas arbóreas quemadas
Rafael Serrada Hierro
Tras la (casi) pasada campaña de incendios forestales de 2022, que ha presentado cifras de superficies afectadas de cuantía enorme y ha producido muchos casos de propagación incontrolable, hay que plantearse los procesos de ayuda a la restauración de los montes afectados.
En el caso de superficies pobladas únicamente por especies herbáceas, de matorral o arbustivas, el pirofitismo de las mediterráneas asegura una regeneración natural automática y suficiente que conduce, en breve plazo, a estructuras rejuvenecidas de la misma composición y extensión. Nuestra actividad, salvo casos puntuales en que se manifiesten graves escorrentías, se reduce a delimitar las superficies afectadas y a observar los procesos que en ellas aparecen. La actividad pastoral requiere un análisis particular en cada caso para decidir sobre especies, cargas y épocas.
La situación más compleja es la de las masas arbóreas. Las propuestas de actuaciones a aplicar, aparte de considerar en cada rodal las cinco E de la Selvicultura (especies, estructura, espesura, edad y estación) deben fijarse en la severidad del incendio y en los riesgos de escorrentía (pendiente, régimen de precipitaciones y capacidad de infiltración). Por eso no hay dos rodales iguales y, por tanto, no hay recomendaciones universales válidas. Si son universales serán erróneas para multitud de situaciones.
La situación más compleja es la de las masas arbóreas. Las propuestas de actuaciones a aplicar, aparte de considerar en cada rodal las cinco E de la Selvicultura (especies, estructura, espesura, edad y estación) deben fijarse en la severidad del incendio y en los riesgos de escorrentía. No hay dos rodales iguales y, por tanto, no hay recomendaciones universales válidas
Han aparecido, y ahora con mayor frecuencia, recomendaciones sobre la conveniencia o no de retirar la madera de los pies afectados. Muchas de ellas tienden a convertir la regla en excepción y la excepción en regla. Insisto, no hay recomendaciones universales, cada rodal debe recibir un tratamiento acorde con sus características, grado de afección por el incendio, riesgos y objetivo de la nueva masa que va a venir con las ayudas a aplicar y, si no hay regeneración natural, a instalar.
Entre los argumentos que se manifiestan para aconsejar no extraer la madera en masas arbóreas, realizadas prescindiendo de consideraciones económicas, sociales y logísticas, hay muchos que, reflexionando sobre ellos, más parecen opiniones o intuiciones que conclusiones de un análisis de resultados y mediciones en campo.
En relación con recomendar dejar los fustes para suministrar alimento a los xilófagos habría que considerar si las poblaciones (actuales y futuras) de éstos son proporcionadas a la enorme cantidad de material leñoso que queda tras un incendio y si el hecho de que los fustes permanezcan en pie favorece esta función y proceso.

La extracción de fustes comerciales no supone la extracción de todo el material leñoso. Ficha tomada de Twitter #elMonteEnseña)
Efectivamente, el dejar fustes de árboles completamente secos tras el fuego no contribuye a la proliferación de plagas de perforadores y esta cuestión no justifica su extracción. Sin embargo, tras el paso del fuego, no todos los fustes ven morir completamente su floema y estos pies parcialmente afectados sí son fuente de riesgo, según especies y estaciones, de desencadenar plagas sobre las zonas de bosque no afectadas por el fuego. Detectar el grado de afección en cada uno de los miles de fustes para decidir su apeo o no es algo inviable en una actuación que requiere urgencia para no trastornar al regenerado que aparecerá en la primavera siguiente.
Sobre la capacidad de los fustes para aportar nutrientes (N, P, y K) a los ciclos biogeoquímicos para no perder fertilidad edáfica, hay que tener en cuenta que la composición química de la madera es, aproximadamente, un 98 % a base de C (50 %), O (42 %) e H (6 %) que el árbol tomó de la atmósfera y del agua edáfica, siendo apenas un 2 % el contenido en N y otros elementos. Tras el paso del fuego una gran parte de los nutrientes de la biomasa aérea del monte (hojas, desfronde y ramillas finas) se pierde por gasificación y otra pasa al suelo en forma de sales solubles, que también se pierde si no son fijados en el complejo arcillo-húmico. Se produce una fugaz fertilización que es aprovechada por las herbáceas. También se produce una importante aportación de carbono a partir de ramas y ramillas no calcinadas lo que supone un incremento brusco de la relación C/N. Cuando aparecen valores altos de esta relación C/N en los suelos el proceso de la humificación se ralentiza, apareciendo este efecto en terrenos afectados por el fuego a largo plazo.
Dejar fustes de árboles completamente secos tras el fuego no contribuye a la proliferación de plagas de perforadores y esta cuestión no justifica su extracción. Sin embargo, tras el paso del fuego, los pies parcialmente afectados sí son fuente de riesgo, según especies y estaciones, de desencadenar plagas sobre las zonas de bosque no afectadas por el fuego.
En relación con el papel que los árboles afectados por fuego puedan tener en la acogida de aves (nidificación, dormideros) considero que al no estar provistos de hoja no van a tener un papel trascendente. El resguardo térmico y la ocultación frente a predadores no se manifiesta en condiciones de defoliación, sea natural o inducida. Por otra parte ¿se han realizado estudios que comprueben mayor diversidad y densidad de especies vegetales zoócoras bajo pies quemados que en zonas adyacentes, como sí se ha comprobado en caso de árboles con copa viva? La pérdida de recursos tróficos para estas poblaciones de aves en extensas superficies tras el incendio, con su consecuente reducción de densidad, no requiere aumentar sus posibilidades de acogida. Las zonas perimetrales del incendio presentan distintas condiciones en este sentido.
Recomendar el mantener en pie fustes de especies rebrotadoras por el hecho de que emitirán brotes epicórmicos desde las zonas no afectadas por el fuego no es correcto pues su viabilidad a largo plazo se verá comprometida y, mientras tanto, su presencia trastornará la posibilidad de desarrollo y consolidación de los brotes viables, cepa y raíz. El fuego sobre los fustes de estas especies mata partes del floema, lo que expone al xilema al exterior, perjudicando su función conductora de savia bruta. Los brotes epicórmicos, aparte de detraer agua y nutrientes que podrían abastecer al regenerado basal seguro, también le dan sombra cuando éstos tienen un temperamento muy robusto. El fuego, en estos casos, genera montes bajos regulares similares a los que fueron afectados y tratados de este modo en un pasado reciente. Es una paradoja que en caso de escasa severidad en estas formaciones el recepe resulta más necesario que en casos de extrema severidad que destruye completamente el floema de todos los fustes.

Los fustes afectados parcialmente por el calor pueden brotar pero no son viables. Ficha tomada de Twitter #elMonteEnseña)
A veces, las intervenciones tras el incendio se han producido sin respeto a las normas de una correcta actividad selvícola, dando lugar a procesos erosivos, mal trazado de arrastraderos, empleo de maquinaria inadecuada al caso, o tardanza en la ejecución produciendo daños sobre el regenerado que, por una vía o por otra, siempre aparece en la primavera siguiente al fuego. Entender que estos casos son generalidad y que, por tanto, hay que evitar las actuaciones para evitar errores es tomar la parte por el todo.
Tras el paso del fuego, ahora sí en todo caso, se produce una pérdida de rugosidad y de permeabilidad que conduce a un aumento de la escorrentía, salvo en zonas llanas. La escorrentía es causa de erosión (pérdida de suelo) que hay que tratar de combatir. Pero, aunque no haya pérdida de suelo, la escorrentía resta recursos hídricos a la vegetación que tiene que venir, por eso hay que combatirla con los todos los medios posibles y uno de los recursos más abundantes, y repartidos en la zona, son los fustes no comerciales y las ramas de los aprovechados, dispuesto en forma de fajinas.
Hay que actuar con rigor científico y técnico, con urgencia y, pasadas unas cuantas primaveras, comprobar resultados para entender que la respuesta de la regeneración natural ha constituido una masa de composición y espesura adecuadas a sus funciones. El abandono del monte es malo antes, durante y después del incendio

Las fajinas reducen la escorrentía ayudando a la viabilidad de la brotación. Ficha tomada de Twitter #elMonteEnseña)
Hay que actuar con rigor científico y técnico, con urgencia y, pasadas unas cuantas primaveras, comprobar resultados para entender que la respuesta de la regeneración natural ha constituido una masa de composición y espesura adecuadas a sus funciones, y no abandonarla para que no se vuelva a quemar en el modo en que lo hizo. El abandono del monte es malo antes, durante y después del incendio. Planteamientos generalistas en este tema tienen el riesgo de que, si los poderes públicos llegan a pensar que la correcta gestión es la contemplación de los procesos y la pasividad, pueden escatimar los recursos necesarios para la urgente gestión que se requiere para ayudar a la regeneración natural de los montes incendiados y servir de coartada para su pasividad en la prevención.