Nuestro obligado lugar en la ecología

M. Llanos García López
Miembro de la Asociación Forestal Andaluza

Hagamos un poco de historia y volvamos la vista hasta mediados del siglo XIX, cuando Ernst Haeckel y Ellen Swallow empezaron a alumbrar el término Ökologie. Él, naturista y filósofo alemán seguidor de los trabajos de Charles Darwin; ella, química y ecóloga americana, primera mujer en ser admitida en el Massachusetts Institute of Technology (MIT), seguidora de los trabajos de Ernst.
Basándose en la palabra proveniente del griego antiguo Oikos (todo aquello que constituye una unidad familiar, una casa -lo que hoy en día llamaríamos un hogar-), Haeckel trató de describir la ciencia que estudia el organismo y el lugar donde este vive; dándole el nombre de Ökologie “al conjunto de relaciones entre un organismo y su ambiente”.
Dos décadas después, Swallow trató de incluir al ser humano en esta definición, considerando que el término Ecología debía abarcar también a las personas y a las condiciones ambientales creadas por ellas; definiéndola como “la ciencia de las condiciones de salud y bienestar de la vida humana diaria”.

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La gestión multifuncional es garantía de conservación; el abandono, la antesala de su pérdida. foto I. Muñoz

Sin embargo, esta propuesta de Swallow no fue bien acogida por el British Medical Journal, que deja al hombre fuera de este círculo, redefiniendo el término como “la exploración de los interminables fenómenos de la vida animal y vegetal tal como se manifiestan bajo condiciones naturales”.

En los años 60 del siglo XX, tras la publicación del libro de Rachel Carson “Primavera Silenciosa” (donde se representa la muerte de la vida en el planeta debido a la actividad industrial humana) y en contraste con la ciencia de la ecología, surge el ecologismo como doctrina antropocentrista que propugna la defensa de la naturaleza y la preservación del medio ambiente.

Muchos han sido los logros de este movimiento desde entonces hasta nuestros días: la conciencia ambiental con la celebración del Día de la Tierra, la prohibición del DDT (dicloro difenil tricloroetano), la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres, el Protocolo de Montreal para la remitir el agujero en la capa de ozono,… desafortunadamente, este movimiento también encabezó la idea de que la protección de la naturaleza pasaba por eliminar de ella toda intervención humana.

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Foto I. Muñoz

Administraciones y gobiernos, llevando al extremo las ideas ecologistas y ahorrándose ya de paso un gran capital en actuaciones forestales, han abocado a nuestros montes a una situación prácticamente de abandono absoluto. A su vez, los expertos forestales no hemos sabido transmitir a la sociedad la obligación de mantener los montes en óptimo estado para su desarrollo y aprovechamiento múltiple. Y, sin alzar mucho la voz, por cierto, hemos visto que cuanto más protección ambiental le damos a un espacio, menos se interviene e invierte en él. Llegando al absurdo de que en montes tradicionalmente planificados, tratados y explotados, la falta de la mano del hombre ha provocado plagas, secas, enfermedades e incendios; siendo más perjudicial esta falta de intervención, que los usos tradicionales que de ellos se venían haciendo. Buena prueba de ello es el Parque Nacional de Cabañeros, donde la ausencia de predadores naturales como el lobo, unida a la prohibición de la caza, han hecho que la elevada población de ciervos y jabalíes pueda llegar a provocar la degradación del espacio, poniendo en peligro sus valores ecológicos y naturales; además de estar ocasionando problemas en la agricultura de la zona.

Este verano, a raíz de los incendios que estamos sufriendo en España, aparece como caballo blanco surgido en la espesura, el término gestión, siendo repetido como un mantra hasta la saciedad en foros muy diversos, sin que la mayoría sea plenamente conscientes de la gran complejidad e implicaciones del término.

The Forest Europe y la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) definen gestión forestal como «la administración y uso de los bosques y terrenos forestales en una manera, y a un ritmo, que mantenga su biodiversidad y su potencial para cumplir, ahora y en el futuro con las funciones pertinentes en materia social, económica y ecológica a nivel global, nacional y local, y que no cause daños a otros ecosistemas». Por tanto, hablar de gestión forestal es hablar de una administración integral del territorio; es hablar de economía, de usar los montes, de explotar sus recursos, de aprovecharlos en todas sus facetas y términos. Es volver a unir medioambiente y población, volver a incluir a las personas en la definición de ecología.

The Forest Europe y la FAO definen gestión forestal como «la administración y uso de los bosques y terrenos forestales en una manera, y a un ritmo, que mantenga su biodiversidad y su potencial para cumplir, ahora y en el futuro con las funciones pertinentes en materia social, económica y ecológica a nivel global, nacional y local, y que no cause daños a otros ecosistemas». Es volver a unir medioambiente y población, volver a incluir a las personas en la definición de ecología

En Andalucía tenemos grandes ejemplos de gestión integral del territorio en montes privados, donde los propietarios que aprovechan y mejoran sus montes, han conseguido el equilibrio perfecto entre conservación y gestión. En cuanto a los montes públicos, la administración forestal está empezando a dar unos primeros pasos mediante los Planes de Gestión Integral (PGI) de agrupaciones de montes.

Según la Consejería de Sostenibilidad, Medio Ambiente y Economía Azul, “los PGI planifican y gestionan el territorio como un todo, con visión y responsabilidad global, atendiendo e integrando su multifuncionalidad. Se combina el aprovechamiento de los recursos (principalmente corcho, piña, caza, apicultura, ganadería, setas y usos turísticos) con las medidas de mejora del medio natural relacionadas con la biodiversidad, la geodiversidad, la higiene fitosanitaria, la prevención de incendios y la conservación de infraestructuras y vías pecuarias. La gestión integral permite asimismo abordar nuevas actividades económicas que no podrían llevarse a cabo de forma desconectada.”

Las administraciones públicas y gestores privados deben apostar por la gestión integral del territorio, abandonando las tendencias meramente conservacionistas y potenciando la obtención de beneficios económicos en todas las facetas de los montes; invirtiendo esos beneficios en trabajos destinados a la conservación y aprovechamiento, potenciando así la economía local.

Así las cosas, todavía estamos a tiempo de retomar las ideas de Ellen Swallow, que la sociedad científica de finales del siglo XIX no quiso abrazar, y que actualmente empiezan a reflejarse en el concepto de One Health, como una estrategia mundial innovadora que busca aumentar la colaboración interdisciplinar en el cuidado de la salud de las personas, los animales y el medio ambiente, y que considera a Ellen la precursora de la ecología moderna.

Para ello, las administraciones públicas y gestores privados deben apostar por la gestión integral del territorio, abandonando las tendencias meramente conservacionistas y potenciando la obtención de beneficios económicos en todas las facetas de los montes; invirtiendo esos beneficios en trabajos destinados a la conservación y aprovechamiento, potenciando así la economía local.

De esta manera, no nos quedaremos en el lamento del “podía haberse evitado” que entonamos todos los veranos cuando los incendios tiñen de negro nuestro paisaje y señalaremos de otro color el camino del patrimonio forestal que heredarán nuestros hijos.