Discurso pronunciado con motivo del Día Internacional de los Bosques
celebrado en Ronda, el 24 de marzo de 2023

La salud de los montes

Gabriel A. Gutiérrez Tejada
Presidente de la Asociación Forestal Andaluza

Antes de comenzar, quiero expresar mi agradecimiento a los representantes del Gobierno de España: doña María Jesús Rodríguez de Sancho, directora general de Biodiversidad, Bosques y Desertificación, y en particular a mi compañera de mesa doña María Torres-Quevedo García de Quesada, subdirectora adjunta de Política Forestal y Lucha contra la Desertificación; ambas adscritas al Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico.

También a los miembros de la Junta de Andalucía presentes en el acto, especialmente y por razón de materia al director general de Política Forestal y Biodiversidad, don Juan Ramón Pérez Valenzuela; y por supuesto, al Excelentísimo señor don Jesús Aguirre Muñoz, presidente del Parlamento de Andalucía, por el apoyo al sector forestal mediante su presencia y participación en la celebración del Día Internacional de los Bosques.

A los anfitriones: la alcaldesa del Excmo. Ayuntamiento de Ronda, doña María de la Paz Fernández Lobato, y su primer teniente de alcaldesa y delegado municipal de Montes, don Jesús Vázquez García, por la hospitalidad con la que nos acogen.

Por último, en el capítulo de agradecimientos debo hacer mención especial a doña Inés González Doncel, doctora Ingeniera de Montes y coordinadora de la plataforma Juntos por los Bosques, no solo por su trabajo en la organización de esta efeméride sino porque con su ejemplo, ha sido referencia para muchos forestales de varias generaciones en este país. Gracias, Inés, por haber iluminado nuestros primeros pasos en pos de la persistencia del monte.

¿Por qué no celebran el Día Internacional de los Seres Humanos?

pino-joven-musgo-osboPermítanme que inicie mi intervención, ahora sí, interpelándoles directamente: ¿Saben ustedes por qué los bosques no celebran, que sepamos, un Día Internacional de los Seres Humanos? La respuesta es bien sencilla, si nos atenemos a lo que se nos ha contado en las últimas décadas: simplemente, porque no nos necesitan.

Los bosques nacen, se desarrollan y reproducen, envejecen y ¿pasan a formar parte de una casta inmortal, la de los bosques maduros perpetuos? No, queridos amigos: los bosques también mueren de forma natural, tras un largo proceso de envejecimiento y regularización, o como consecuencia inmediata de múltiples perturbaciones o catástrofes como los vendavales, las enfermedades y plagas, o los incendios forestales, entre otras.

Del mismo modo, las personas nacen, crecen -unos más que otros-, se reproducen -unos más que otros, también- e, inevitablemente, mueren. A pesar de que el hombre, con su inteligencia y tenacidad, ha sido capaz de intervenir eficazmente en cada uno de estos procesos vitales propios, siendo el de la reproducción asistida un ejemplo rotundo de ello, nada ha logrado aún en su pugna diaria con la muerte.

Esto no ha sido obstáculo para que, en nuestra evolución dependiente del bosque, hayamos desarrollado un conjunto de técnicas para el manejo y cuidado del mismo, a las que llamamos Dasonomía, mediante las cuales no sólo somos capaces de aprovechar los recursos naturales que los montes proveen, generación tras generación, sino que logramos sortear los designios de la Naturaleza y así perpetuar los bosques asegurando su persistencia, principio esencial en la relación de los humanos y el monte, en lo que ahora se entiende como gestión forestal sostenible.

A pesar de esto, muchos seguirán contándonos que los bosques no nos necesitan. Y, si no nos necesitan, un observador sereno podría preguntarse si tampoco necesitarán a los arrendajos, a las comadrejas o… al mismísimo lince ibérico. ¿O tal vez sí? ¿Tal vez necesiten de los linces, las comadrejas o los arrendajos? ¿Tal vez nos necesitan a nosotros?

Un árbol de hace 871 años

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Parque natural de Sierras de Cazorla, Segura y Las Villas. Foto Junta de Andalucía

Les voy a contar una historia. Es la historia de un árbol; no uno cualquiera, de esos que no nos han dejado ver el bosque en los últimos tiempos. Es un árbol concreto, real.

Como quien esto narra es un forestal español, a nadie sorprenderá que se trate de un pino: pero no abandonen la sala aún, los más ortodoxos amantes de la naturaleza virgen, pues se trata de una de las más antiguas estirpes de la península Ibérica. Es un pino salgareño, de raigambre mediterránea; el de los cien nombres desde que Teofrasto lo describiese para la ciencia, ciencia que ahora lo nomina Pinus nigra y los taxónomos circunscriben a la subespecie salzmannii: la que habita las sierras béticas del oriente andaluz.

Para conocerlo mejor, déjenme que les diga que nació en 1152 -hace 871 años-, tras unos convulsos “comicios electorales” en los que se defenestraba el Califato de Córdoba, dando paso a innumerables reinos-taifa. Esta circunstancia política, aprovechada por los católicos del norte y que culmina con la toma de Granada, se desarrollará en paralelo a nuestro pino durante más de tres siglos.

La necesidad de atender a multitud de heridos y damnificados de esta guerra andaluza, primero desparramados por los llanos de Santa Fe, después hacinados en los recién ocupados palacios de la Alhambra, es el motivo por el que el rey Fernando firma una Cédula Real en 1504, instando a la construcción de un hospital en Granada. Nuestro árbol cuenta entonces con 352 años.

En 1511, comienzan las obras del edificio. Para entonces, un bosquete de pinos salgareños de las umbrías del pico Cabañas, en lo que ahora conocemos como la Sierra de Cazorla, es cortado y desemboscado en carretas tiradas por bueyes. Tras un periplo por el que descienden hasta Granada, nuestro árbol y sus congéneres llegan a su destino para ser aprovechados como material de construcción.

En el caso que nos ocupa, el fuste largo, rollizo y desprovisto de ramaje del árbol de esta historia suministra una sólida viga, que pasa a formar parte de la estructura de la cubierta en una de las dependencias nobles del que será el Hospital Real de Granada, que como se ha dicho acogerá, en primera instancia, a los heridos de la guerra de Granada; después, a los aquejados por el mal francés -que los franceses llaman sífilis-; y, finalmente, a los pacientes de diversas dolencias, incluso a los locos inocentes procedentes del antiguo maristán granadino, convirtiéndose así en el primer hospital generalista de la historia de los servicios públicos de salud andaluces.

viga-pino-salgareño-osboEste trozo de madera que aquí les muestro es, precisamente, parte de esa viga del Hospital Real de Granada y tiene exactamente 871 años de antigüedad. La viga en sí permanece cumpliendo su función estructural en el edificio original, que en la actualidad continúa velando por la salud (¿en este caso mental?) de nuestros conciudadanos, al albergar la sede del Rectorado de la moderna Universidad de Granada.

Este trozo de madera no es solo una porción de nuestro árbol: es parte de la historia viva de Andalucía y, por tanto, de España.

En el hueco creado por la corta de este pino y sus hermanos, sabemos que el bosque así aprovechado se regeneró. Una larga e intensa historia de explotación, la de la comarca de Cazorla y Segura, en la que el gobierno del monte, catalogado de pública utilidad y ordenado ya hace más de un siglo, nos ha legado los mejores bosques de salgareño de la cuenca mediterránea. La salud del monte como consecuencia de su manejo.

dia-internacional-bosques-ronda-osboEsta rodaja de madera es más reciente. Quien les habla tuvo el privilegio, hace apenas unas semanas, de formar parte de la expedición que reconoció el monte de donde procede el viejo árbol de nuestra historia. Señalados y apeados algunos de sus descendientes, la historia se repite. Con casi 180 años, estos nuevos árboles, nietos de los que soportan la estructura y adornan los artesonados del Hospital Real de Granada, volverán a ser usados para la construcción, al fin, de nuevas estructuras -las primeras con madera técnica 100 % andaluza- en la antigua capital nazarí.

En el nuevo hueco practicado en el bosque, la primavera anuncia (como ya ocurriera hace casi mil años) el milagro de la regeneración natural en ese lugar recóndito de la Sierra de Cazorla.

Prosigamos en 2023, tras este fabuloso viaje a través de los anillos de un árbol que ha sido posible por la generosidad y dedicación de unos científicos de la Universidad Pablo de Olavide en Sevilla: los que, desde su laboratorio de Dendrología se sumergen cada día en tantas historias como árboles conforman los bosques de Andalucía.

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Foto Gabriel Gutiérrez Tejada

De vuelta a nuestra realidad cotidiana, constatamos cómo la especie humana ha alcanzado cotas inimaginables de bienestar, salubridad y desarrollo económico, a pesar de las guerras continuas y las crisis periódicas que no dan tregua en tantos lugares del mundo. También los animales y el medio ambiente gozan de elevadísima consideración general, en una suerte de salud única, global, que algunos han bautizado bajo el concepto universal “One Health”.

Pero no nos engañemos: los montes andaluces y españoles, los bosques del mundo, atraviesan una situación incierta. En la pugna reciente y estéril entre los usos tradicionales, en franco peligro de extinción, y la aspiración de muchos por una vuelta a la imposible naturaleza de paraísos originales perdidos, se pierde una oportunidad de gestión cada día. Los montes, los bosques, reclaman su ancestral vínculo con los humanos.

Los montes, los bosques, nos vuelven a ofrecer, generosamente, sus recursos a cambio de la estabilidad que solo procuran y sostienen, en los tiempos que vienen, modelos de gestión basados en la ciencia y las técnicas forestales. Las que surgieron para cubrir nuestras propias necesidades y evolucionaron para garantizar, además, la conservación de la Naturaleza.

Solo una política forestal capaz de aunar ambas responsabilidades proveerá el máximo de utilidades a la sociedad, vertebrando desarrollo rural y calidad de vida. La salud de los bosques, de los montes, será así la del conjunto de sus habitantes. Para que podamos seguir celebrando, año tras año, el Día Internacional de los Bosques y de las personas que en ellos y de ellos viven.

Dedicado a los profesores Inés González Doncel y Eduardo Rojas Briales,
por su infatigable labor para reunirnos a todos, Juntos por los Bosques